Las novelas de un Escritor (Con mayúsculas) suelen ser, por tanto, repetitivas, carecer del menor asomo de ficción y tener una abundancia churrigueresca de adjetivos. Sobre esto último, la culpable suele ser la poesía, ese arte sobrevalorado en el que se forman la mayor parte de novelistas latinoamericanos (Culpa, por su parte, de nuestro idioma, tan propenso al adjetivo calificativo y tan poco dado a los verbos). Bolaño no es una excepción, pero su riqueza técnica inaudita (Comparable, incluso, a la de Borges) le permite transitar con fluidez por los senderos pedregosos del texto largo, sin hacerlo aburrido en ningún momento y, lentamente, casi sin darte cuenta, te sumerge en el submundo de literato pretencioso, venido a menos y devenido a periodista, y tu aceptas enardecido esa inmersión como si te estuvieras zambullendo en las profundidades gloriosas de la Brigitte Bardot de sus mejores tiempos. Sus novelas, como Los Detectives Salvajes, te atrapan en su telaraña de virtuosismo y sientes, indudablemente, que has tenido un encuentro con uno de los capítulos más importantes de futuras enciclopedias literarias del siglo XX. Aunque luego, claro, se te confunda la historia en la mente con las de un Diego Trelles cualquiera. Lo importante no es lo que te contó, sino como lo hizo (Como en el viejo debate en el que no gana la herramienta sino quien mejor la utiliza).
Sin embargo, a Bolaño, eximio maratonista de las letras, no le va tan bien en carreras cortas, pues unas cuantas páginas no le brindan la posibilidad de desplegar todo su arsenal lingüístico. Si bien suele capear el temporal, la mayoría de veces, y nos entrega historias entretenidas, pero prescindibles. En Llamadas Telefónicas, en cambio, es donde peor le va. Todas las historias del libro son del tipo: "Me encontré con José en la calle 27, en el tiempo en que leía un poema manuscrito de un olvidado mujik ruso que jamás pensó en alcanzar la inmortalidad con sus versos, y de pronto, me confesó que aún le gustaba la mayonesa con ajo. No lo volví a ver nunca más, pero pensé en el sabor de los cebollines los siguientes siete crepúsculos".
En particular, Sensini, considerado por gran parte de la crítica (Escritores (Con mayúsculas), al fin y al cabo) como su mejor cuento, me parece una estafa. ¡El Escritor (Con mayúsculas), en todo su esplendor! Porque por mucha metahistoria, cuento dentro del cuento, alegoría a la labor del escritor impenitente, la historia se resume en: "Conocí escritor por carta. Ambos nos presentamos a concursos. Me recomendó que siguiera. Yo soy mejor que eso. El siguió. Volvió a su país y murió. Su hija me lo contó" y eso sólo califica para aburrida historia de bar cuando hay que matar un silencio. Los demás cuentos son mejores, porque ya no los recuerdo.
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