Si nos fijamos en los mapas electorales del 2011 y del 2016, vemos que, al sustituir a Humala por Castillo, tenemos casi un calco de los ganadores: Él se queda con la mitad sur del país, salvo Ica; la sierra en su totalidad, parte de la selva y Ancash. Fujimori triunfa en la costa norte y la mayoría de la selva; y Lima queda en poder del candidato blanco, millonario y “de lujo” del momento.
En el 2016, las preferencias se repartían más o menos de la misma manera entre Fujimori, Mendoza y PPK; incluso, yendo, aún, un poco más atrás, encontramos una distribución geográfica similar entre Alan, Humala y Lourdes en el 2006 y entre Toledo, Alan y Lourdes en el 2001. Podríamos atrevernos a retroceder inclusive hasta 1990 y la distribución sería: Norte: Alva Castro (a pesar del terrorífico primer alanato); Vargas Llosa: Lima, además de la selva, Ica y Arequipa; y, el sur para Alberto Fujimori.
Estamos hablando de un patrón que se repite durante más de treinta años y que nos va a permitir, por supuesto, predecir, con la efectividad de todo un Hayimi, quién será el que le robó el sueño a García, de ser el presidente del bicentenario.
Para empezar, lo que salta a la vista es que, salvo tres que repiten una vez, las votaciones son similares pero los candidatos no lo son. NI siquiera son de los mismos partidos, como para hablar de algún tipo de fidelidad ideológica.
La respuesta está, donde más, en las afinidades y el interés propio. Las personas, no solo los peruanos, solemos votar por aquel candidato que más se parezca a nosotros o a lo quisiéramos ser; o, por el que piense más parecido a nosotros o que, al menos, comparta nuestros prejuicios y nuestros odios. Al respecto, es bastante ilustrativo el pequeño escándalo que hubo hace unas semanas cuando la gente empezó a quejarse de una página web que te revelaba con qué candidato eras más afín, porque afirmaban que la mayoría de veces salía el Partido Morado o Juntos por el Perú y que estaba, claramente manipulado por alguno de ellos. Resultaba inconcebible, para una amplia mayoría, que su razón y su corazón no caminaran de la mano y que un noble y gallardo desotista, por poner un ejemplo, terminara siendo más afín a la terrucaza que nos iba a convertir en Venezuela que a su elegante y venerable líder espiritual.
Definamos entonces esos tres espacios:
1. El Norte: Bastión de Alan, primero; y de Keiko, después. A diferencia del Norte de Juego de Tronos, este es cálido y muy poblado, aunque comparte con el de ficción, su fuerte sentido de pertenencia regional -aunque se saquen los ojos entre ellos. Su nivel de pobreza es menor que el del sur o el de la vecina Cajamarca -que, aunque norteña, por su condición serrana es más una extensión de ese otro país que vive entre los andes y la corriente de Humboldt. Además, aunque para el resto de peruanos sea menos evidente, se ven a sí mismos racial y socialmente diferentes y se sienten mucho más cerca, culturalmente, de la capital que del resto del país. El norte, tras décadas de aprismo, que degeneró en alanismo, suele ser proclive a liderazgos fuertes y de moralidad dudosa y no suelen tener mucha atracción por las revoluciones. Además, el espectro de población que, quizás, podría sentirse atraído por Castillo, es, fuertemente, acuñista por lo que las posibilidades de crecimiento, en esta zona, del Castel son limitadas. En una elección de "antes", se puede decir que acá predomina el anticomunismo sobre el antifujimorismo.
1.1. La selva: Aislada por la falta de caminos y olvidada no solo por casi todos los gobiernos, sino por el resto de peruanos, tiene un reducido impacto político por su poca población, por lo que no suele ser muy apetecible para los políticos. Solo dos expresidentes parecieron notar su existencia: Belaúnde y Fujimori. Este último descubrió que invertir unas monedas que nadie había invertido antes, le asegurarían un apoyo que, aunque minoritario, podría ser esencial en el futuro. El futuro es ahora y esos miles de votos pueden ser determinantes.
2. El Sur: De manera poco observadora podríamos asegurar que el sur es comunista. Sus últimos ganadores lo son, como Castillo; lo eran, como Mendoza; o, lo parecían, como Humala. Sin embargo, Toledo tuvo un apoyo superior al de cualquiera de ellos a pesar de que, ideológicamente, estaba tan lejos de la izquierda, como lo está ahora, tratando de escapar de la justicia, físicamente. Y Alberto Fujimori es la antítesis del comunismo en el Perú.
Lo que todos ellos tenían en común era la promesa de un cambio y la representación de los marginados. En esa zona del Perú, la pobreza, el frío y el olvido estatal son endémicos. La sierra fue la zona más golpeada por el terrorismo y por la crisis económica de los ochentas, lo que solo agravó la situación ya paupérrima que se vivía y, mientras tanto, Vargas Llosa ofrecía, exultante, empeorarlo todo de golpe para mayor beneficio de sus amigos banqueros. Ante esto, el “chino” representaba al hombre humilde, al no blanco, al tipo sencillo que prometía que las cosas estarían bien -quizás sin explicar cómo pero eso es irrelevante cuando estás desesperado- por eso, cuando Fujimori se hizo más vargasllosista que vargasllosa, el sur se sintió traicionado y esa traición fue el germen del antifujimorismo que fue, desde el nuevo siglo, la segunda razón de peso para apoyar a un candidato.
Toledo supo aprovechar la imagen de hombre humilde, no blanco, de tipo sencillo que prometía que las cosas estarían bien pero le agregó el mesianismo de una especie de nuevo incanato, que llevaba, implícito, una vuelta de tuerca a las relaciones raciales de poder. Además, transformó, hábilmente, la lucha de clases que se esperaba de él, en una mucho más glamorosa e inocua “lucha contra la dictadura” que le permitió alcanzar su largamente añorado “fujimorismo sin Fujimori”.
Humala aprovechó tanto la imagen de hombre humilde, inaugurada por Fujimori, como el mesianismo de Toledo, pero le agregó una especie de nacionalismo étnico y una homofobia a la vieja usanza para ganarse tanto a los más conservadores como a los de espíritu revolucionario. La jugada fue un éxito que lo llevó a la adoración de masas, pero, finalmente tuvo que moderar su discurso y “cositoficarse”cuando se dio cuenta que ese radicalismo nunca le haría ganar en las remilgadas clases medias que necesitaba en segunda vuelta.
La Vero es una excepción que no debería estar en este análisis. Su lugar le correspondía al Goyo Santos, pero él estaba en la cárcel; y aunque muchos votaron, igualmente, por él, un buen porcentaje se decantó por la Vero, aunque no fue un porcentaje suficiente como para llegar a segunda vuelta como sí lo hicieron todos sus antecesores. Y es que la Vero no solo no parecía un hombre humilde, sino que ni siquiera era hombre y aunque hablaba de lucha de clases y de igualdad, usaba términos que la mayoría de sus votantes prestados no comprendía. Sin contar con que, directamente, desaprobaba en las materias de mesianismo y homofobia. Al menos sacaba sobresaliente en antifujimorismo, lo que permitió, al menos, un digno tercer puesto, que, trágicamente, le hizo creer en esta elección que era suyo por derecho y no se dio por enterada cuando el verdadero dueño de esos votos vino a reclamarlos.
Pedro Castillo, a diferencia de la Vero, sigue la fórmula del caudillo del Sur: Hombre modesto, no blanco, que promete que las cosas estarán bien, y, además, tiene una dosis moderada de mesianismo y homofobia. Y a diferencia de Fujimori, que vivía en La Molina y era rector de Universidad; o de Toledo, que vivía en Estados Unidos y le gustaba el whisky con hielo y con lobbystas; o de Humala, agregado militar en Corea y en Francia y con pasaporte italiano, es el único de ellos que no solo parece, sino que es un hombre de extracción humilde, de vida humilde, alguien que en verdad es como sus votantes y que sabe como llegar a ellos. Es el primer Candidato del Sur, que no se disfraza para parecerlo y por eso, aunque no haya alcanzado los números de Ollanta o de Toledo, ha logrado quedar primero en las elecciones con una campaña mucho más corta e infinitamente más pobre y siendo, incluso el día de las elecciones, un auténtico desconocido para buena parte del electorado, lo que le garantiza, una amplia base de crecimiento. La pregunta que se cae de madura es: ¿Será suficiente?
3. Lima: Cuando una ciudad tiene una población equivalente a la tercera parte de la del país y es, a la vez, superior a la totalidad de la de varios países, es imposible homogeneizar su pensamiento, así sea para un ejercicio de simplismo adivinatorio como este post. Sin embargo, sí se puede encontrar puntos en común, entre diferentes espacios que conforman la capital, para hallar los posibles respaldos electorales.
Para empezar, los ingresos de la capital son, en conjunto, más altos que los del resto del país. La clase media es más numerosa y es, el único lugar en que se encuentra una clase alta importante. En ese sentido, una buena parte de electores no viven, como en la sierra peruana en un permanente estado de hastío o de necesidad de cambio. Es por eso que, el candidato ganador solía ser alguien que representara a la “aristocracia” económica. Un liberal de derechas, como Lourdes o PPK, que no amenazara el status quo o que, en el caso de Vargas Llosa, encaminara al país a esa derecha. Lo natural, en estas elecciones, hubiera sido que el triunfador fuera Hernando de Soto. Sin embargo, la destrucción de nuestra famélica institucionalidad, que con tanto esfuerzo han logrado Vizcarra y su oposición; así como la pandemia y sus devastadores efectos han hecho a la gente más proclive a las opciones extremas, que en Lima y Callao eran representadas, no por alguien de izquierda sino por un fascistoide del Opus Dei: López Aliaga, quien aprovechó, hábilmente un discurso antisistema fuertemente defensor del sistema, que encandilaba por igual al supernumerario de su secta, al emprendedor, al empresario o al ama de casa, al exaltar sus prejuicios y fobias. No sorprende, por ejemplo, que los distritos en los que López ganó con contundencia fueran aquellos donde viven, o trabajan, más venezolanos. Si el candidato hubiera tenido la simpatía de, digamos, una tuna a medio podrir, quizás hubiera logrado consolidar su ventaja en Lima y ganar un par de capitales de departamento, especialmente Arequipa, que le hubiera permitido llegar, cómodo a la segunda vuelta. Por suerte para el país, no la tenía.
Otra característica común a la mayoría de limeños es su enorme exposición a los medios de comunicación, lo que los hace proclives a cualquier veleidad de aquellos. Ya desde los tiempos de Fujimori se utilizó activamente la prensa para desideologizar y “apolitizar” la capital y vender el mito del emprendedor que si no puede progresar es por culpa de la izquierda, equiparando sindicatos con organizaciones terroristas, por ejemplo. Pero en los últimos tiempos, ante la debilidad aparente de la izquierda, ese lugar del “cuco social” fue trasladado al antifujimorismo, debido, sobre todo al importante arraigo popular del fujimorismo en los sectores menos favorecidos de la capital, debilitándole con gran contundencia.
Claro que ser dueño del país o líder de opinión no te vuelve, particularmente, lúcido y mientras se desvivían en ensalzar candidatos de medio pelo tratando de evitar una segunda vuelta entre López y la Vero (a quien veían, erróneamente, como la dueña de los votos del 2016) se les iban colando, por los costados, justamente, aquellos dos que, históricamente, siempre estuvieron allí: Los candidatos del norte y del sur.
Resulta, entonces, que a pesar de su inmensa población, Lima está condenada a tener que escoger entre las opciones que le pongan esos dos polos. Incluso cuando su candidato llegó a la segunda vuelta, lo hizo porque también ganó en Arequipa: Vargas Llosa y PPK. Sin embargo, y esto es muy importante, si bien Lima es irrelevante en la primera elección; es, finalmente, quien termina decidiendo al presidente en la segunda vuelta. Los otros dos bloques no van a cambiar de manera drástica sus preferencias, lo que le deja toda la responsabilidad a la capital.
Entonces volvamos a los datos históricos. El candidato del sur ha ganado en 1990, 2001 y 2011 y el del norte en 2006. PPK ganó solo porque el sur no tenía un candidato que sintiera suyo en el 2016 y aún así tuvo que sufrir para llegar a segunda vuelta frente a la suplente del Goyo.
Ya que la migración desde la sierra y el sur es mayor en la capital, eso termina favoreciendo a su postulante; lo que le daría un amplio favoritismo a Castillo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Alan ganó en el 2006 porque Humala no cedió en su discurso y, Lima, conservadora como pocas, ya lo sabemos, le negó la presidencia que sí le entregó cuando aceptó convertirse en un Toledo 2.0.
Respecto al antifujimorismo, aunque en redes parezca una avalancha y hasta el marqués se haya comido los sapos y haya dado su bendición a la hija de su némesis; en la vida real no tiene la importancia que tuvo hace unos cuantos meses.
Entonces, en este momento, Keiko tiene todas las papeletas para ganar. Sin embargo, es una hegemonía muy frágil. Si Castillo hace concesiones, así sean solo para la tribuna, podrá fortalecerse hasta llegar a la presidencia. Pero sus concesiones tienen que ser muy cuidadosas. Cometería un error apoyando abiertamente las políticas inclusivas de Juntos Por el Perú, porque eso le daría el Keikismo un arma de ataque poderosísima, a cambio del puñado de votos que representa el progresismo en el Perú, quienes, además, en su mayoría tampoco votarían por Fujimori. Si sus concesiones son tan dramáticas que implican un cambio de rumbo total, como pasó con Humala, es probable, que Keiko opte por darle más uso al populismo natural de su partido y terminar debilitándolo en los conos de la capital, especialmente los más golpeados por la pandemia.
Siguiente capítulo: Todo lo que siempre quisiste saber sobre Castillo y tienes temor de preguntar.