El Perú, en cuestión de defectos en su población siempre está un paso adelante. Somos los más incultos, los más estúpidos, los más feos, los más cobardes, los más hipócritas, los más acomplejados y tantos más que nos hacen menos que a veces siento unas enormes ganas de quemar mi pasaporte y declararme refugiado del terremoto de Qinghai. Pero de pronto, demostrándome que hay un Dios, aparece ese ángel de leopardina ¿o atigrada? apariencia -que ya tantas alegrías le ha dado a mi orgullo patrio- para demostrarme que como mi tierra no hay dos. Entonces -con los ojos anegados por las lágrimas- me pongo la mano al pecho y grito a todo pulmón: ¡Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz! ¡Ríanse de los Tres Tenores o de los Fab Four! Lo único que me baja la euforia es que el Delfín, contrario a lo que parezca, no es Bambarén, sino un ecuatoriano. ¡Es que el norte también tiene lo suyo!
H.P.
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