domingo, 25 de abril de 2021

Al vuelo hacia la segunda vuelta (Tercera parte)

Lo primero que destaca en Pedro Castillo es que no es alguien destacable. No representa al migrante con éxito económico, como Acuña ni al que logró “el sueño americano” como Toledo. Mucho menos, al descendiente de italianos y agregado militar en países del primer mundo, como Humala. Se trata de un maestro de primaria de un pueblo pequeñísimo, cuyo único contacto con los altos círculos del poder se circunscribe a haber liderado una huelga de profesores hace unos años. Carente de PhDs, de maestrías en el extranjero, sin siquiera ostentar un posgrado en alguna universidad de renombre. No se le puede colocar tampoco el cartel de líder regional o de curtido político. No es dueño de una gran elocuencia ni una cultura enciclopédica. Se expresa con alguna dificultad y su lenguaje es austero. Se nota, en cada entrevista su falta de mundo y su desconocimiento de algunas cuestiones elementales de gobierno. Es alguien, en suma, a quien difícilmente podríamos imaginar como la persona encargada de dirigir la nación en los próximos cinco años. 


Y, sin embargo, es el primer candidato en la historia del Perú -con verdaderas posibilidades de ganar- que proviene, realmente, del Perú profundo. Ese Perú invisible para las clases medias y altas. Ese Perú de los friajes y de la desnutrición. Ese Perú sin agua potable y sin internet. Ese Perú ridiculizado e ignorado. Ese Perú de castellano atolondrado debido a  su quechua materno que es motivo de mofa para el Perú monolingüe que se irroga el derecho a ser el Perú de verdad. Ese Perú que aunque no lo parezca, por lo que muestran los medios o la distribución del PBI, constituye una rotunda mayoría en nuestra nación y -aunque muchos quisieran borrarlo de un trazo- tiene la fuerza electoral suficiente para colocar uno de dos rivales para la presidencia. Esa importancia electoral ha sido, astutamente, utilizada por “humildes de mentiritas” como los mencionados Toledo o Humala, pero también Fujimori; quienes, una vez en el poder, ignoraban, drásticamente, a ese pueblo que, al cabo, no era suyo. Esta vez el “candidato del pueblo” no tiene lista la nómina de ministros con sus amigos del Golf o de la intelectualidad universitaria. Esto no es necesariamente bueno, es cierto, ya que en la crisis actual hace falta gente experimentada para capear la hecatombe que recién empieza; pero, ¿Cuál es la otra opción? ¿Un “empresariado” cuya ideario para la reactivación se basa en disminuir el gasto público y los impuestos, así como en “flexibilizar el mercado laboral”, lo que viene a ser, en realidad, una forma de generalizar el subempleo? ¿O un academicismo teórico y letárgico, incapaz de adaptarse a las particularidades de nuestro país? 


Es cierto, también que buena parte de lo pregonado en la campaña de Castillo es inviable en el mundo actual. El leninismo maoísmo -que no el marxismo- ha fracasado de manera evidente; pero también es cierto que el capitalismo neoliberal hace aguas por todas partes y la pandemia no ha hecho más que acelerar su deterioro, no solo en el Perú, sino en el mundo entero. La cada vez mayor exigencia de impuestos a los millonarios, seguro de salud universal o acceso a una educación de calidad menos onerosa en el país más individualista del mundo, como es Estados Unidos, es prueba de que frases tan falaces como “el pobre es pobre porque quiere” o “el mercado se autoregula” no representan más que los manotazos de ahogado de quienes tienen miedo de perder sus privilegios. 


Curiosamente, quienes más temor tienen a perder tales privilegios, son aquellos que no los tienen, pero los confunden con las comodidades que reciben, como migajas, al formar parte de  la pequeña burguesía. Es cierto que la fragilidad de ser un asalariado o un “empresario emprendedor” se ha hecho manifiesta para muchos en esta época y no vale la pena explayarse en eso. Pero hay un buen porcentaje a quienes la pandemia no ha perjudicado tanto, o trabajan en rubros en los que, incluso, se han beneficiado con ella; y, por tanto, han reforzado su idea de pertenencia a la clase dominante. Casi sin tomar en consideración que el azar en forma de una enfermedad, un accidente incapacitante, un terrremoto o cualquier otra cosa, puede tirar por los suelos todo ese estilo de vida que creen inmutable. En ese momento, es cuando el Estado deja de ser el “ogro que se lleva tus ganancias” y puede convertirse en la única posibilidad de que tu familia se alimente o tus hijos se eduquen. Y en esa situación, si realmente lo necesitaras, lo que menos quisieras es escuchar a una candidata que te dice que “el modelo funciona” y que mantenerlo es la única forma de “seguir creciendo”. Esa es la situación en la que está buena parte del país y es la razón principal por la que Castillo le saca 20 puntos de diferencia a Keiko.


Es probable que Castillo haga un gobierno desastroso y terminemos todos más pobres (Sin embargo, no vamos a ser otra Venezuela porque para eso necesitaríamos la presión de las sanciones internacionales que no tendremos al ser un país insignificante en la geopolítica mundial), pero al menos tiene la ventaja de gozar de una empatía que solo el haber vivido como un hombre común le puede dar. Llamémoslo consciencia de clase, si quieren. Quizás lo peor que pueda suceder, es que se obnubile con el poder y se convierta en un “sano y sagrado reloaded” y sigamos como siempre (aunque más muertos, que el COVID no se detiene).


Una imagen que quisiera destacar de Castillo, es la del día en que iniciaba su campaña para la segunda vuelta y se despedía de su familia. La forma en que su hija lloraba y lo abrazaba y le pedía que no se fuera, demuestra que es un buen padre y eso ya es mucho más de lo que podíamos haber esperado de los presidentes de las últimas décadas

sábado, 17 de abril de 2021

Al Vuelo hacia la segunda vuelta (Segunda parte)

 Si nos fijamos en los mapas electorales del 2011 y del 2016, vemos que, al sustituir a Humala por Castillo, tenemos casi un calco de los ganadores: Él se queda con la mitad sur del país, salvo Ica; la sierra en su totalidad, parte de la selva y Ancash. Fujimori triunfa en la costa norte y la mayoría de la selva; y Lima queda en poder del candidato blanco, millonario y “de lujo” del momento. 

En el 2016, las preferencias se repartían más o menos de la misma manera entre Fujimori, Mendoza y PPK; incluso, yendo, aún, un poco más atrás, encontramos una distribución geográfica similar entre Alan, Humala y Lourdes en el 2006 y entre Toledo, Alan y Lourdes en el 2001. Podríamos atrevernos a retroceder inclusive hasta 1990 y la distribución sería: Norte: Alva Castro (a pesar del terrorífico primer alanato); Vargas Llosa: Lima, además de la selva, Ica y Arequipa; y, el sur para Alberto Fujimori. 


Estamos hablando de un patrón que se repite durante más de treinta años y que nos va a permitir, por supuesto, predecir, con la efectividad de todo un Hayimi, quién será el que le robó el sueño a García, de ser el presidente del bicentenario.

Para empezar, lo que salta a la vista es que, salvo tres que repiten una vez, las votaciones son similares pero los candidatos no lo son. NI siquiera son de los mismos partidos, como para hablar de algún tipo de fidelidad ideológica. 


La respuesta está, donde más, en las afinidades y el interés propio. Las personas, no solo los peruanos, solemos votar por aquel candidato que más se parezca a nosotros o a lo quisiéramos ser; o, por el que piense más parecido a nosotros o que, al menos, comparta nuestros prejuicios y nuestros odios. Al respecto, es bastante ilustrativo el pequeño escándalo que hubo hace unas semanas cuando la gente empezó a quejarse de una página web que te revelaba con qué candidato eras más afín, porque afirmaban que la mayoría de veces salía el Partido Morado o Juntos por el Perú y que estaba, claramente manipulado por alguno de ellos. Resultaba inconcebible, para una amplia mayoría, que su razón y su corazón no caminaran de la mano y que un noble y gallardo desotista, por poner un ejemplo, terminara siendo más afín a la terrucaza que nos iba a convertir en Venezuela que a su elegante y venerable líder espiritual.


Definamos entonces esos tres espacios: 


1. El Norte: Bastión de Alan, primero; y de Keiko, después. A diferencia del Norte de Juego de Tronos, este es cálido y muy poblado, aunque comparte con el de ficción, su fuerte sentido de pertenencia regional -aunque se saquen los ojos entre ellos. Su nivel de pobreza es menor que el del sur o el de la vecina Cajamarca -que, aunque norteña, por su condición serrana es más una extensión de ese otro país que vive entre los andes y la corriente de Humboldt. Además, aunque para el resto de peruanos sea menos evidente, se ven a sí mismos racial y socialmente diferentes y se sienten mucho más cerca, culturalmente, de la capital que del resto del país. El norte, tras décadas de aprismo, que degeneró en alanismo, suele ser proclive a liderazgos fuertes y de moralidad dudosa y no suelen tener mucha atracción por las revoluciones. Además, el espectro de población que, quizás, podría sentirse atraído por Castillo, es, fuertemente, acuñista por lo que las posibilidades de crecimiento, en esta zona, del Castel son limitadas. En una elección de "antes", se puede decir que acá predomina el anticomunismo sobre el antifujimorismo.


1.1. La selva: Aislada por la falta de caminos y olvidada no solo por casi todos los gobiernos, sino por el resto de peruanos, tiene un reducido impacto político por su poca población, por lo que no suele ser muy apetecible para los políticos. Solo dos expresidentes parecieron notar su existencia: Belaúnde y Fujimori. Este último descubrió que invertir unas monedas que nadie había invertido antes, le asegurarían un apoyo que, aunque minoritario, podría ser esencial en el futuro. El futuro es ahora y esos miles de votos pueden ser determinantes.


2. El Sur: De manera poco observadora podríamos asegurar que el sur es comunista. Sus últimos ganadores  lo son, como Castillo; lo eran, como Mendoza; o, lo parecían, como Humala. Sin embargo, Toledo tuvo un apoyo superior al de cualquiera de ellos a pesar de que, ideológicamente, estaba tan lejos de la izquierda, como lo está ahora, tratando de escapar de la justicia, físicamente. Y Alberto Fujimori es la antítesis del comunismo en el Perú.


Lo que todos ellos tenían en común era la promesa de un cambio y la representación de los marginados. En esa zona del Perú, la pobreza, el frío y el olvido estatal son endémicos. La sierra fue la zona más golpeada por el terrorismo y por la crisis económica de los ochentas, lo que solo agravó la situación ya paupérrima que se vivía y, mientras tanto, Vargas Llosa ofrecía, exultante, empeorarlo todo de golpe para mayor beneficio de sus amigos banqueros.  Ante esto, el “chino” representaba al hombre humilde, al no blanco, al tipo sencillo que prometía que las cosas estarían bien -quizás sin explicar cómo pero eso es irrelevante cuando estás desesperado- por eso, cuando Fujimori se hizo más vargasllosista que vargasllosa, el sur se sintió traicionado y esa traición fue el germen del antifujimorismo que fue, desde el nuevo siglo, la segunda razón de peso para apoyar a un candidato. 

Toledo supo aprovechar la imagen de hombre humilde, no blanco, de tipo sencillo que prometía que las cosas estarían bien pero le agregó el mesianismo de una especie de nuevo incanato, que llevaba, implícito, una vuelta de tuerca a las relaciones raciales de poder. Además, transformó, hábilmente, la lucha de clases que se esperaba de él, en una mucho más glamorosa e inocua “lucha contra la dictadura” que le permitió alcanzar su largamente añorado “fujimorismo sin Fujimori”.


Humala aprovechó tanto la imagen de hombre humilde, inaugurada por Fujimori, como el mesianismo de Toledo, pero le agregó una especie de nacionalismo étnico y una homofobia a la vieja usanza para ganarse tanto a los más conservadores como a los de espíritu revolucionario. La jugada fue un éxito que lo llevó a la adoración de masas, pero, finalmente tuvo que moderar su discurso y “cositoficarse”cuando se dio cuenta que ese radicalismo nunca le haría ganar en las remilgadas clases medias que necesitaba en segunda vuelta.


La Vero es una excepción que no debería estar en este análisis. Su lugar le correspondía al Goyo Santos, pero él estaba en la cárcel; y aunque muchos votaron, igualmente, por él, un buen porcentaje se decantó por la Vero, aunque no fue un porcentaje suficiente como para llegar a segunda vuelta como sí lo hicieron todos sus antecesores. Y es que la Vero no solo no parecía un hombre humilde, sino que ni siquiera era hombre y aunque hablaba de lucha de clases y de igualdad, usaba términos que la mayoría de sus votantes prestados no comprendía. Sin contar con que, directamente, desaprobaba en las materias de mesianismo y homofobia.  Al menos sacaba sobresaliente en antifujimorismo, lo que permitió, al menos, un digno tercer puesto, que, trágicamente, le hizo creer en esta elección que era suyo por derecho y no se dio por enterada cuando el verdadero dueño de esos votos vino a reclamarlos.


Pedro Castillo, a diferencia de la Vero, sigue la fórmula del caudillo del Sur: Hombre modesto, no blanco, que promete que las cosas estarán bien, y, además, tiene una dosis moderada de mesianismo y homofobia. Y a diferencia de Fujimori, que vivía en La Molina y era rector de Universidad; o de Toledo, que vivía en Estados Unidos y le gustaba el whisky con hielo y con lobbystas; o de Humala, agregado militar en Corea y en Francia y con pasaporte italiano, es el único de ellos que no solo parece, sino que es un hombre de extracción humilde, de vida humilde, alguien que en verdad es como sus votantes y que sabe como llegar a ellos. Es el primer Candidato del Sur, que no se disfraza para parecerlo y por eso, aunque no haya alcanzado los números de Ollanta o de Toledo, ha logrado quedar primero en las elecciones con una campaña mucho más corta e infinitamente más pobre y siendo, incluso el día de las elecciones, un auténtico desconocido para buena parte del electorado, lo que le garantiza, una amplia base de crecimiento. La pregunta que se cae de madura es: ¿Será suficiente? 


3. Lima: Cuando una ciudad tiene una población equivalente a la tercera parte de la del país y es, a la vez, superior a la totalidad de la de varios países, es imposible homogeneizar su pensamiento, así sea para un ejercicio de simplismo adivinatorio como este post. Sin embargo,  sí se puede encontrar puntos en común, entre diferentes espacios que conforman la capital, para hallar los posibles respaldos electorales. 


Para empezar, los ingresos de la capital son, en conjunto, más altos que los del resto del país. La clase media es más numerosa y es, el único lugar en que se encuentra una clase alta importante. En ese sentido, una buena parte de electores no viven, como en la sierra peruana en un permanente estado de hastío o de necesidad de cambio. Es por eso que, el candidato ganador solía ser alguien que representara a la “aristocracia” económica. Un liberal de derechas, como Lourdes o PPK, que no amenazara el status quo o que, en el caso de Vargas Llosa, encaminara al país a esa derecha. Lo natural, en estas elecciones, hubiera sido que el triunfador fuera Hernando de Soto. Sin embargo, la destrucción de nuestra famélica institucionalidad, que con tanto esfuerzo han logrado Vizcarra y su oposición; así como la pandemia  y sus devastadores efectos han hecho a la gente más proclive a las opciones extremas, que en Lima y Callao eran representadas, no por alguien de izquierda sino por un fascistoide del Opus Dei: López Aliaga, quien aprovechó, hábilmente un discurso antisistema fuertemente defensor del sistema, que encandilaba por igual al supernumerario de su secta, al emprendedor, al empresario o al ama de casa, al exaltar sus prejuicios y fobias. No sorprende, por ejemplo, que los distritos en los que López ganó con contundencia fueran aquellos donde viven, o trabajan, más venezolanos. Si el candidato hubiera tenido la simpatía de, digamos, una tuna a medio podrir, quizás hubiera logrado consolidar su ventaja en Lima y ganar un par de capitales de departamento, especialmente Arequipa, que le hubiera permitido llegar, cómodo a la segunda vuelta. Por suerte para el país, no la tenía.


Otra característica común a la mayoría de limeños es su enorme exposición a los medios de comunicación, lo que los hace proclives a cualquier veleidad de aquellos. Ya desde los tiempos de Fujimori se utilizó activamente la prensa para desideologizar y “apolitizar” la capital y vender el mito del emprendedor que si no puede progresar es por culpa de la izquierda, equiparando sindicatos con organizaciones terroristas, por ejemplo. Pero en los últimos tiempos, ante la debilidad aparente de la izquierda, ese lugar del “cuco social” fue trasladado al antifujimorismo, debido, sobre todo al importante arraigo popular del fujimorismo en los sectores menos favorecidos de la capital, debilitándole con gran contundencia. 


Claro que ser dueño del país o líder de opinión no te vuelve, particularmente, lúcido y mientras se desvivían en ensalzar candidatos de medio pelo tratando de evitar una segunda vuelta entre López y la Vero (a quien veían, erróneamente, como la dueña de los votos del 2016) se les iban colando, por los costados, justamente, aquellos dos que, históricamente, siempre estuvieron allí: Los candidatos del norte y del sur.


Resulta, entonces, que a pesar de su inmensa población, Lima está condenada a tener que escoger entre las opciones que le pongan esos dos polos. Incluso cuando su candidato llegó a la segunda vuelta, lo hizo porque también ganó en Arequipa: Vargas Llosa y PPK. Sin embargo, y esto es muy importante, si bien Lima es irrelevante en la primera elección; es, finalmente, quien termina decidiendo al presidente en la segunda vuelta. Los otros dos bloques no van a cambiar de manera drástica sus preferencias, lo que le deja toda la responsabilidad a la capital.


Entonces volvamos a los datos históricos. El candidato del sur ha ganado en 1990, 2001 y 2011 y el del norte en 2006. PPK ganó solo porque el sur no tenía un candidato que sintiera suyo en el 2016 y aún así tuvo que sufrir para llegar a segunda vuelta frente a la suplente del Goyo. 


Ya que la migración desde la sierra y el sur es mayor en la capital, eso termina favoreciendo a su postulante; lo que le daría un amplio favoritismo a Castillo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Alan ganó en el 2006 porque Humala no cedió en su discurso y, Lima, conservadora como pocas, ya lo sabemos, le negó la presidencia que sí le entregó cuando aceptó convertirse en un Toledo 2.0. 


Respecto al antifujimorismo, aunque en redes parezca una avalancha y hasta el marqués se haya comido los sapos y haya dado su bendición a la hija de su némesis; en la vida real no tiene la importancia que tuvo hace unos cuantos meses. 


Entonces, en este momento, Keiko tiene todas las papeletas para ganar. Sin embargo, es una hegemonía muy frágil. Si Castillo hace concesiones, así sean solo para la tribuna, podrá fortalecerse hasta llegar a la presidencia. Pero sus concesiones tienen que ser muy cuidadosas. Cometería un error apoyando abiertamente las políticas inclusivas de Juntos Por el Perú, porque eso le daría el Keikismo un arma de ataque poderosísima, a cambio del puñado de votos que representa el progresismo en el Perú, quienes, además, en su mayoría tampoco votarían por Fujimori. Si sus concesiones son tan dramáticas que implican un cambio de rumbo total, como pasó con Humala, es probable, que Keiko opte por darle más uso al populismo natural de su partido y terminar debilitándolo en los conos de la capital, especialmente los más golpeados por la pandemia.


Siguiente capítulo: Todo lo que siempre quisiste saber sobre Castillo y tienes temor de preguntar.

lunes, 12 de abril de 2021

Al vuelo hacia la segunda vuelta (Primera parte)

Ya asegurados los candidatos ganadores del primer round, no han tardado en llegar las reflexiones post electorales. Hay que reconocer que la mayoría son un copy paste del 2011, con frases contundentes que se han convertido en clásicos modernos como : “Cómo me dueles, Perú”, “El Perú no es Lima”, “Mañana mismo tomo mi avión” “Qué estamos pagando”, “hay que escoger entre el cáncer o el sida” “votaré tapándome la nariz” o “tenemos que escoger entre dos males mayores” y es que da la sensación de que twitteros, feisbuqueros e instagrameros están viviendo un déjà vu de aquella disputa entre Keiko y Humala: Unos reconociendo que no tomaron en cuenta el sentir popular, pero dejando, siempre en claro, que el sentir popular es una mierda. Otros aceptando que Fujimori es lo peor que existe pero que no se puede desestabilizar al país. Otros convirtiéndonos en Cuba (ahora en Venezuela).

Pero, aunque el país sea, prácticamente, el mismo, porque ni las pandemias llegan a cambiarnos de veras, las circunstancias son diferentes. Sin más preámbulo empezamos a poner nuestro granito de arena reflexivo:


La Keiko: La verdadera sorpresa de las elecciones. Mientras lo de Castillo se caía de maduro, la hija de Alberto languidecía en las gélidas aguas de la medianía en las encuestas. Atrás quedaban los tiempos de gloria con porcentajes de apoyo cercanos al 40 por ciento. Es entendible. El antifujimorismo, que en el Perú tiene status de religión semi oficial había, por fin encontrado a su Sumo Sacerdote en Vizcarra y, el año pasado había logrado lo que parecía imposible: Casi borrarlo del mapa. Igual, su núcleo duro de 6 o 7 por ciento la hacía aún visible en las encuestas pero la verdadera pelea por el título de Caudillo de la derecha, aparentemente, iba a parar en De Soto o López Aliaga. 

Sin embargo, hubo tres factores con los que nadie contaba: 

El primero es que, le duela a quien le duela, el fujimorismo ha calado profundamente en las clases populares -especialmente urbanas- y se ha convertido en una especie de peronismo con tacu tacu que, por muy débil que esté en algún momento, no logra ser extirpado. Claro que eso sorprende porque en redes casi no hay fujimoristas: Es que en redes somos como Argentina o Uruguay, somos cultos, civilizados, demócratas, progresistas o liberales. En redes hasta gana la Vero. 

Segundo: La caída de Vizcarra fue una bocanada de aire para Fujimori. Durante más de una década la secta de los antifujimoristas llegó a ver a sus miembros como seres sin mácula, guardianes de la moral e incorruptibles. Al mismo tiempo, hasta el menor devaneo de un funcionario con la ilegalidad era asociado, inmediatamente, a su fujimorismo agazapado. Entonces, cuando el paladín de su lucha, el que valientemente cerró “el peor Congreso de la historia” enfrentándose a “la lacra naranja y sus tápers” demostró ser capaz de acciones tan aborrecibles como el aprovechamiento de la pandemia como mecanismo publicitario o de mentiras abyectas como la de su “voluntariado” para esconder su vacunación secreta: no se necesitó mucho tiempo para quitarle a Keiko el monopolio de la corrupción y compartirlo con todos los demás políticos, lo que permitió, además de la recuperación de un porcentaje de sus antiguos fieles, una sensación de hastío político por buena parte de la población, que en idioma electoral, implicaba que sus magros puntos porcentuales la ponían de nuevo en carrera. 

El tercer factor es que sus rivales, Porky y De Soto eran tan malos candidatos que el adjetivo “patético” les quedaba grande. Siendo blancos, hombres y millonarios, lograron asegurar los primeros lugares en Lima, pero con porcentajes irrisorios, considerando el nivel de conservadurismo social y económico de la capital,  lo que permitió que Fujimori les birlara un 13 por ciento que, a la postre, resultó crucial, ya que, salvo en las capitales departamentales, los otros dos eran rivales sin el menor fuste en provincias. De cualquier forma, no deja de ser sorprendente la resiliencia de Fujimori, quien luego de perder dos elecciones, en olor a multitudes, esta ahora a punto, de ganarla, cuando ni Puñete apostaba por ella. 

A su favor juega, especialmente, que su rival es cobrizo, inexperto, de poco mundo, pueblerino, venezueleable, altamente “terruqueable” -en el terruqueo es donde mejor se desenvuelve-, y que la mayoría de sus ideas son demasiado radicales para que logre conseguir muchos consensos -quizás si con Verónica Mendoza pero difícilmente con sus verolovers. 

En su contra tiene su asociación con la corrupción, la inmensa popularidad de Castillo en zonas rurales, donde difícilmente puedan servir ni el terruqueo ni el venezueleo; el antifujimorismo de núcleo duro (el otro ya lo tiene ganado que “con asco” pero votarán por ella, que más miedo le tienen al cambio);  el conservadurismo de Pedro Castillo, que deja sin pie todos los ataques que sí hubiera recibido Mendoza; y, por último, pero no menos importante, Peter Castel es hombre y eso es un plus es una sociedad tan machista como la peruana, más aún si los movimientos feministas no le tienen, a Keiko, la menor simpatía.(CONTINUARÁ)

lunes, 5 de abril de 2021

Conoce a tus candidatos como solo Periódico de a China puede mostrártelos

 En estas elecciones, lo primero que nos preguntamos es: ¿Cuál será el crimen por el que el siguiente presidente se vaya a la cárcel? Pero hasta que eso pase -y nos rasguemos las vestiduras, dolidos y sorprendidos como si fuera la primera vez- seguiremos pensando que ¡Ahora si! ¡Por fin apareció un candidato que transformará nuestra chabola patria en un rascacielos que rivalizará en prestancia, belleza y primermundismo, con en mismo dios. Y hablando de Dios, aquí va nuestro primer analizado:


  • HERNANDO DE SOTO: Brillante personaje del siglo XX. Es evidente que, como un Mick Jagger de la economía, ya por encima de las ocho décadas, ve sus mejores éxitos en forma de recuerdo. Pero como el mítico Stone, se resiste a quedar en el olvido y, aunque el paso del tiempo ha convertido en anacrónicas sus teorías, siente que aún puede dar una última gira, que en el caso de De Soto, se trata de la aventura política que se debía. Y aunque el país que pretende gobernar se le haga tan extraño, como un Perseverance aterrizando en el Marte de nuestros cerros poblados, no ha dudado en captar para su equipo de lujo a quienes pueden mostrarle ese Perú profundo: El Buñuel de los Andes, Chibolin, o los “jurisconsultos” de San Isidro, por poner algunos ejemplos ilustrativos. No tendrá plan de gobierno ni partido, ni sabrá lo que es el friaje pero compensa esas nimiedades con un curriculum gordo como un libro y un ego tan fuerte que lo hace inmune a cualquier ataque de realidad que le pueda caer encima. Por si fuera poco, es hombre, blanco y amigo de Bill Clinton, ¿Acaso se necesita algo más para ser un candidato de lujo? Y como para convencer a los indecisos, ahora se pone en modo “más aliaguista que aliaga” y ha asegurado que se acabó eso de que el Estado nos consiga las vacunas. ¡Que no somos Venezuela!


  • RAFAEL LÓPEZ ALIAGA: Como cuando te tragas una espina de pescado, el Porky te deja la sensación de susto así el peligro haya pasado. Apareció altisonante, despotricando contra los medios, los políticos, los extranjeros, los homosexuales y contra todo aquello que pudiera causarle un pestañeo incómodo al párroco de la iglesia. Siendo, además, hombre, blanco y gordo, los fascistas asalariados de medio pelo, cuyo complejo freudiano de amor hacia los gordos blancos y millonarios es legendario, sintieron cosquillas en sus partecitas, sabiendo que habían encontrado a su champion. Pero ¡Oh, sorpresa! Solo el diez por ciento de peruanos  cree que aún estamos en la Edad Media, así que sus silicios no son tan sexys para el elector peruano promedio. Y, teniendo en cuenta que De Soto es tan hombre, tan blanco y tan gordo como él, y además amigo de Bill Clinton, buena parte de sus posibles votantes ya se le están escapando. Pero no hay que ser mezquinos y debemos reconocer que sus nulas cualidades oratorias, su absoluta falta de empatía, su ignorancia ramplona y su ausencia completa de ideas contribuyeron en algo para, al menos de momento, no permitirnos gozar de un gobierno desastroso de esa imitación de Trump hecha en Compupalace.                


  • VERÓNICA MENDOZA: La Vero es la mejor candidata de lejos. Se ha preparado por años para ser presidenta y en base a una constancia y esfuerzo loables, ha aprendido a hablar en diferentes escenarios, a caer bien, a conocer cada detalle de su plan de gobierno. Ha dejado atrás a la antipática secretaria de Nadine y a la mediocre candidata del 2016 y como  K’antu cusqueña ha florecido a la mejor de sus versiones. Pero de allí a votar por ella hay una eternidad y media. Para empezar no es hombre y eso en un país con casi medio milenio de sostenido machismo ya es un handicap casi insalvable. Peor aún, representar una opción de izquierda - aunque tan suavecita que le das un soplo y ya está en el centro, le das un soplo más fuerte y se cae directo en una social democracia a la alemana- la pone en una posición poco envidiable: Por un lado, una buena parte del inmenso universo de emprendedores, oficinistas, profesionales de mando medio o bajo, técnicos e independientes que forman el sector socioeconómico C (y una parte del B) que suele ser quien decide las elecciones (al menos en segunda vuelta), ha sido víctima de la feroz campaña de apolitización de los noventas -o han sido educados en ello- con lo que cualquier cosa que se desvíe un poquito del libre mercado ya es considerado terrorismo. Sin contar con que el desastre de Maduro ha permitido crear un “cuco” implacable con eso de “nos vamos a convertir en Venezuela”. ¡Si hasta Trump lo ha usado en campaña! Por otro lado, la tibieza de su socialismo le impide conectar con ese Perú profundo, ese que no lee estupideces como este post porque pasa su tiempo tratando de sobrevivir. Ese pueblo que en la pandemia ha pasado hambre y no se ha dedicado a aprender a hornear 18 clases de pan. Ellos quieren un cambio inmediato, profundo y eso es algo que el progresismo miraflorino de la Vero es incapaz de darles, ni siquiera de prometérselo con convicción. La guinda del pastel la pone, justamente, su progresismo: En el Perú la religión ha utilizado siglos para convertir nuestra psique colectiva en un cúmulo de prejuicios y miedo, disfrazados de “familia tradicional” y “valores cristianos”. Es innegable que la inmensa mayoría de peruanos son religiosos, católicos o evangélicos especialmente, y de esencia tremendamente conservadora. Una religiosidad transfóbica, homofóbica, machista, misógina y antiigualitaria es casi un sello de identidad en el Perú, la misma religiosidad que aupó a Mussolini o a Franco en el siglo pasado o a Trump y a Bolsonaro en éste. Ante eso, incidir en el enfoque de género o en los derechos de las minorías es visto como perversión pura y dura. Así que, a puertas de las elecciones, a la pobre Verito no le queda más que apelar a la vieja confiable y darle duro al “salvemos la patria del fujiapromontesinismo”, esperando que esta vez sí sea suficiente.


  • KEIKO FUJIMORI: Viendo la evolución de su voto, parece que el fujimorismo no estaba tan muerto como nos parecía hasta hace unos meses, el olor a podrido era, simplemente, su olor natural. Quizás el hecho de que el mayor impulsor de su caída, Vizcarra, haya demostrado ser un impresentable de cuidado, ha hecho que muchos corazoncitos vuelvan a teñirse de naranja. Sin embargo, como pasó con el peronismo, en algún momento van a tener que dejar a al apellido Fujimori de lado para volver a inundar al pueblo con su populismo. Keiko es consciente de que no va a ser presidenta. No lo logró con un abrumador apoyo en el 2016. Mucho menos lo hará ahora que es una candidata del montón. Pero se presenta, quizás porque impulsa el voto por sus congresistas y, de esa manera, se asegura de pasar la valla; o, quizás lo hace porque no sabe ser otra cosa que candidata o porque quiere apelar al alangarcianismo de que la gente tenga que escoger entre el “cáncer o el sida” y ella intente mostrarse como un COVID de cepa antigua. ¿Quien lo sabe? De cualquier manera, es más fácil que Acuña aprenda el alfabeto completo, que ella gane las elecciones.


  • JOHNNY LESCANO: El bueno de Johnny es lo que te queda cuando al populismo le quitas el enojo. Te promete todo, pero no te dice como lo hará. No es un gran orador pero es capaz de hablar de lo que sea, así lo desconozca, sin inmutarse. No le tiembla ni un párpado para mentir o para plagiar medio plan de gobierno, pero es hombre, es conservador y es provinciano y eso, en el Perú sirve como para estar primero en las encuestas durante mucho tiempo, como el candidato más sensato. Ya tenía la elección ganada, cuando su único rival era López Aliaga. Era la segunda vuelta soñada. Pero le han salido dos enemigos inesperados: De Soto, que se está llevando a sus votantes acomodados y Castillo que le está quitando el pueblo que lo veía como su único representante. Lescano lleva lustros rondando el poder y a nadie se le ocurrió que fuera presidenciable. La pobreza de candidatos lo hizo favorito, pero la realidad de su nadería parece que ha vuelto a imponerse.


  • PEDRO CASTILLO: El profesor chotano ha saltado de “otros” a candidato en pocas semanas. Claro que ninguna prensa, ni la más progresista, quiere aceptarlo. Al cabo, el sí representa el temido golpe al sistema que le endilgan a la Vero. Castillo es el candidato más peligroso para el sistema porque en la pirámide social, el es de los que cargaban los ladrillos para construirla y sabe, de primera mano, lo que es la marginación horrorosa que enfrenta una cantidad enorme de peruanos. Es cierto que no es el más preparado, quizás no el más brillante. Definidamente no es el más cosmopolita pero es el único que representa al peruano de a pie. Al que le piden papeles si pasea por El Olivar, es al que no invitan a debates ni a entrevistas, al que no van a buscar los conglomerados económicos para hacerle la campaña. Es cierto que las taras de su educación modesta se reflejan en su xenofobia y en su conservadurismo. Pero, eso en lugar de ser un handicap, lo pone en una posición inmensamente ventajosa ante la Vero y su progresismo casi alienígena en el país de las procesiones; e incluso sobre Lescano, pues tiene todo lo que tiene aquel, pero sin el tufillo de falsedad del primero. Pedro no es una ficción proletaria como lo eran Toledo o Humala y, por eso, quizás sea mucho más difícil amaestrarlo. El intento desesperado de invisibilizarlo no ha podido esconder del todo su popularidad creciente y, es cierto qué tal vez no le alcance. Salió del anonimato quizás muy tarde, pero, en cinco años, cuando el electo siga con la tradición y nos deje más pobres, mas humillados y más engañados, quizás sepamos que su momento ha llegado.


- GEORGE FORSYTH: Tiene COVID. 


jueves, 18 de marzo de 2021

Perú o la Cenicienta de los pies cochinos - Parte 1

 Esta es la historia de una chica no muy guapa, ni de grandes luces, pero con ese je ne sais quoi capaz de atraer a lo más granjeado de la toxicidad sentimental, a la cual -dicho sea de paso- se había vuelto adicta desde muy niña. El nombre de nuestra heroína es, faltaba más: Perú y aunque no es, tampoco, rica y, difícilmente puede codearse con las verdaderas populares, quienes no evitan arrugar la nariz con ese asquito bienintencionado que te da el saberte del primer mundo, pertenece a un orgulloso grupo de marginales, las sudacas, que, como ella se desviven en un perpetuo concurso para encontrar al más grande canalla para presumirlo frente a las otras. 

Nuestra cándida Perú, en esas lides, y a pesar de su apariencia desvalida, es una artista como pocas: Maniaco depresivos con tendencias megalómanas, militares apocados, alcohólicos de engolosinadas voces, orientales de sonrisas inocentes y perversiones inenarrables o gringos jubilados que en lugar de sugar daddies terminaban sacándole sus pocas monedas de la cartera, eran algunas de sus últimas conquistas. 

Para no seguir haciendo leña del árbol caído que es la vida de nuestra querida Patria -que ese es su segundo nombre- diremos que a todos los amó bien, se entregó sin reparos, se burlaron de ella una y otra vez, pero siguió adelante -con algunas recaídas como la del loquito suicida. 

La lógica de nuestra Perú es la de serie romántica de Netflix, tipo Emily en Paris: De tanto pisar caca, terminarás encontrado un diamante en el piso.  Así que ni bien empiezan a secársele las lágrimas la tenemos de nuevo en la cancha, dispuesta a dejarlo todo, especialmente su dignidad y su economía, en manos de un nuevo galán que le prometa el cielo. 

El último de sus romances desastrosos fue un enamoramiento de esos tercos, absurdos, ilógicos, de aquellos que llevan a cualquier hijo de vecino a preguntarse ¿Pero qué le ha visto a ese? Cortito de mente, directamente feo, de palabra tosca y gesto procaz, cursi, hipócrita descarado, primero pasó desapercibido como el chofer del carro de su gringo senil, pero una vez que lo chocó contra una pared y lo dejó en el asiento trasero desangrándose, ya libre de ataduras, corrió hacia ella haciendo corazoncitos con las manos. Quizás fue ese único gesto lo que la conquistó o fueron sus apariciones diarias en televisión. El hecho es que al poco tiempo los ojos enamorados de Perú veían a su reptiliano cortejador como si fuera un remix bailable de Brad Pitt con el cerebro de Tesla y la catadura moral de dos Gandhis. Obviamente, eso hizo que Juancho -coloquial apodo entre amigos de lupanar- confiara en exceso de su posición ante su amada. Creyó ser un dios para ella y ella casi lo creyó también. Pero algo que todos aprendemos en la vida es a no chocar jamás con la amiga viperina y Juancho lo aprendió a la mala. No importa cuanto la desprecies -que ese es, finalmente, el papel de la amiga viperina- una vez que ha decidido terminar tu relación, te endilgará las mayores inmoralidades -ya es otra cosa que en el caso de Juancho todas hayan resultado ciertas- hasta que los rotundos "me dices eso por envidia" se van convirtiendo en tímidos "tiene sus cosas malas pero me quiere"y luego en resignados "es una mierda, pero hemos hablado y va a cambiar" hasta concluir en un "todos los políticos son iguales".

Y es así que una vez que el estado sentimental del feisbug de Perú cambió a "es complicado", aparecieron un par de docenas de buitres dispuestos a darse un banquete con las esperanzas en proceso de descomposición de nuestra heroína. De ellos hablaremos en el siguiente capítulo.