jueves, 18 de marzo de 2021

Perú o la Cenicienta de los pies cochinos - Parte 1

 Esta es la historia de una chica no muy guapa, ni de grandes luces, pero con ese je ne sais quoi capaz de atraer a lo más granjeado de la toxicidad sentimental, a la cual -dicho sea de paso- se había vuelto adicta desde muy niña. El nombre de nuestra heroína es, faltaba más: Perú y aunque no es, tampoco, rica y, difícilmente puede codearse con las verdaderas populares, quienes no evitan arrugar la nariz con ese asquito bienintencionado que te da el saberte del primer mundo, pertenece a un orgulloso grupo de marginales, las sudacas, que, como ella se desviven en un perpetuo concurso para encontrar al más grande canalla para presumirlo frente a las otras. 

Nuestra cándida Perú, en esas lides, y a pesar de su apariencia desvalida, es una artista como pocas: Maniaco depresivos con tendencias megalómanas, militares apocados, alcohólicos de engolosinadas voces, orientales de sonrisas inocentes y perversiones inenarrables o gringos jubilados que en lugar de sugar daddies terminaban sacándole sus pocas monedas de la cartera, eran algunas de sus últimas conquistas. 

Para no seguir haciendo leña del árbol caído que es la vida de nuestra querida Patria -que ese es su segundo nombre- diremos que a todos los amó bien, se entregó sin reparos, se burlaron de ella una y otra vez, pero siguió adelante -con algunas recaídas como la del loquito suicida. 

La lógica de nuestra Perú es la de serie romántica de Netflix, tipo Emily en Paris: De tanto pisar caca, terminarás encontrado un diamante en el piso.  Así que ni bien empiezan a secársele las lágrimas la tenemos de nuevo en la cancha, dispuesta a dejarlo todo, especialmente su dignidad y su economía, en manos de un nuevo galán que le prometa el cielo. 

El último de sus romances desastrosos fue un enamoramiento de esos tercos, absurdos, ilógicos, de aquellos que llevan a cualquier hijo de vecino a preguntarse ¿Pero qué le ha visto a ese? Cortito de mente, directamente feo, de palabra tosca y gesto procaz, cursi, hipócrita descarado, primero pasó desapercibido como el chofer del carro de su gringo senil, pero una vez que lo chocó contra una pared y lo dejó en el asiento trasero desangrándose, ya libre de ataduras, corrió hacia ella haciendo corazoncitos con las manos. Quizás fue ese único gesto lo que la conquistó o fueron sus apariciones diarias en televisión. El hecho es que al poco tiempo los ojos enamorados de Perú veían a su reptiliano cortejador como si fuera un remix bailable de Brad Pitt con el cerebro de Tesla y la catadura moral de dos Gandhis. Obviamente, eso hizo que Juancho -coloquial apodo entre amigos de lupanar- confiara en exceso de su posición ante su amada. Creyó ser un dios para ella y ella casi lo creyó también. Pero algo que todos aprendemos en la vida es a no chocar jamás con la amiga viperina y Juancho lo aprendió a la mala. No importa cuanto la desprecies -que ese es, finalmente, el papel de la amiga viperina- una vez que ha decidido terminar tu relación, te endilgará las mayores inmoralidades -ya es otra cosa que en el caso de Juancho todas hayan resultado ciertas- hasta que los rotundos "me dices eso por envidia" se van convirtiendo en tímidos "tiene sus cosas malas pero me quiere"y luego en resignados "es una mierda, pero hemos hablado y va a cambiar" hasta concluir en un "todos los políticos son iguales".

Y es así que una vez que el estado sentimental del feisbug de Perú cambió a "es complicado", aparecieron un par de docenas de buitres dispuestos a darse un banquete con las esperanzas en proceso de descomposición de nuestra heroína. De ellos hablaremos en el siguiente capítulo.