jueves, 20 de marzo de 2014

Los Juegos del Hambre: Viaje al mundo del Sinzajo

 Es por todos sabido, que la calidad de las artes populares, como el cine de Hollywood o la literatura de aeropuerto, se ha visto restringida a la utilización repetitiva de historias del tipo: Chico conoce chica. Se aman instantáneamente. Su amor es imposible porque él es un vampiro. Chica conoce otro chico. Es un hombre lobo. Triángulo amoroso. Inmortales que sufren como quinceañera sin fiesta en telenovela mexicana. Algunos malos muy malos por allí, para justificar las trilogías. Muerte de los villanos. Triunfo del amor. 

La guerra por acceder a una cuota de mercado hace casi imposible que te desvíes de esa fórmula, haciendo que nos sintamos en un permanente dejà vu cada vez que vamos al cine u hojeamos un libro de bolsillo. Sin embargo, en contadas ocasiones, algunos autores se aprovechan de la manida fórmula para ir más allá del cuento rosa y denunciar situaciones que para un lector de Arthur Koestler pueden ser, quizás, evidentes; pero para el gran público, acostumbrado a considerar las comedias románticas de Jennifer Aniston como grandes clásicos contemporáneos, son conceptos absolutamente revolucionarios (y si en el camino, te forras de millones, aún mejor).  

Eso es justamente lo que sucede con Los Juegos del Hambre (Los libros, no las películas. Que desde "El Caballero de la Noche", Hollywood es un poco más consciente del subtexto de las películas destinadas a la masa. Salvo en las infantiles, que allí se cuelan joyas contestatarias como "Lluvia de Hamburguesas 2"). 

La trilogía (¡tenía que ser!) de Suzanne Collins, es una historia de aventuras futurista al uso, con protagonista tontorrona que no sabe lo irresistible que es, a pesar de los dos galanes que se la disputan (¿Conocido, no?), y que, luego de inmensos sufrimientos triunfa sobre el poder del malo muy malo que mata de hambre a sus súbditos. Sin embargo, lo que podría ser la versión Disney de Battle Royale no se queda solo en eso. Ya asegurando un público cautivo de adolescentes calenturientas que quieren ser como Katniss Everdeen, la autora se permite mostrar (Apoyándose en la historia de Teseo y el laberinto)  la importancia desmedida que tienen los medios de comunicación en la sociedad actual. La capacidad que tienen para manipular la opinión pública y trivializar hechos atroces al convertirlos en espectáculo. De crear ídolos de barro, en base a la fotogenia y el vestuario adecuados (Como la mítica foto de Korda, del Che Guevara mirando al infinito), de la facilidad de una plebe embrutecida para adoptar tales ídolos como símbolos y de la capacidad de los verdaderos líderes (de cualquier bando) para aprovecharse de dicha figura. La imagen del Che fue utilizada para sostener gran parte del éxito de la Revolución Cubana, por mucho que Fidel lo despreciara; así como la presidenta Coin utiliza al Sinzajo como símbolo de su propio acceso al poder (como elemento decorativo sin ninguna función trascendente en la rebelión que, supuestamente, lidera) sin que le tiemble el pulso a la hora de ordenar su muerte o destruirla emocionalmente, ante el fracaso de la primera orden.

Eso, justamente, es otra denuncia de Collins: Todo líder exitoso es un hijo de puta que se aprovecha de los demás y no tiene el menor escrúpulo para alcanzar el poder y mantenerlo, aún a costa de repetir las mismas acciones contra las que, supuestamente, se levantó originalmente. Ya saben que si mi enemigo, mata niños, es el demonio personificado. Si yo lo hago, se trata de bajas tristes, pero necesarias para el triunfo definitivo de la democracia "y esos angelitos, sabrían entenderlo". Y si son los hijos de nuestros enemigos, pues es una justa venganza y se acabó (como la barbarie de Afganistán, aplaudida a rabiar por la masa estadounidense, luego del 11-S).

Respecto a los Juegos del Hambre en sí mismos, en los que un grupo de niños debe luchar hasta la muerte, es absolutamente predecible y falto de cualquier emoción. Es distinta, y espeluznante, la preparación previa, en la que los condenados deben lucir encantadores en sus paseos triunfales y entrevistas televisivas para ganar los favores de la audiencia y conseguir auspiciadores para tentar a una improbable superviviencia. 

El hecho de recurrir al romance inventado entre los competidores para elevar la audiencia de los juegos, fingir un embarazo para ganar la simpatía del público en los segundos juegos o hacer tomas de guerra ficticia en su traje de diseñador permiten que Katniss viva, a costa de ser un títere en las manos interesadas del oficialismo y de la oposición (como los inocentes recolectores de firmas y marchantes de plaza, que están seguros de estar cambiando la historia para bien; a pesar, de ser peones de intereses ajenos).

Naturalmente, Suzanne Collins no podría ser tan subversiva y pretender hacerse millonaria, al mismo tiempo; así que, salomónicamente, dedica buena parte de la historia a hacer que Katniss deshoje margaritas hasta decidir cual de sus pretendientes es el amor de su vida, para finalmente casarlos, reproducirlos y hacerlos llevar una vida de clase media suburbana dejando que el mundo siga dando vueltas mientras ellos se encierran en la burbuja de su felicidad. Al nivel de todo un Harry Potter o Crepúsculo.   

Finalmente,cabe aclarar que es impresionante darse cuenta como casi todo lo visto en los juegos del hambre, como las competencias físicas, los romances inventados, la exposición de las más profundas miserias de los contrincantes, ya pueda verse en nuestras pantallas en infinidad de exitosos reality shows (como Combate y Esto es Guerra, entre otros). Esperemos que dentro de poco incluyan luchas a muerte para que nuestra realidad no tenga, finalmente, nada que envidiarle a la ficción. 

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