No he visto Avatar, ni la pienso ver a menos que alguien me invite a verla en el cine Imax de Guangzhou (el más grande de Asia), porque quiero impresionarme a lo bestia con una película que no es para tanto. Me asombra como hace James Cameron para vendernos sus historias trilladas como novedades, es como comprar un mp3 Akita en un estuche de ipod touch y quedar maravillado por las prestaciones que sólo Apple te brinda. Es como en el cuento en que te venden una camisa invisible y todo el mundo la alaba. Ya me pasó con Titanic. Cuando terminé de verla salí inmediatamente a la calle a decirle a todo el mundo que Leonardo del Carpio no era en verdad el rey del mundo; que por favor abandonaran los postres unos meses porque tanta azúcar de esa película seria intolerable a la larga; que la gordita esa (que luego se convertiría en la hermosísima Kate Winslet) estaba mejor vestida que con el torso desnudo. Pero nadie me hizo caso, aparentemente era una película que había recuperado el encanto y donosura del Barranco de Chabuca, o del Hollywood dorado, que para efectos prácticos son lo mismo; una historia profunda que combinaba elementos de drama, comedia, critica social, folklore irlandés, heroísmo, malomalismo del de antes y un sinfín de bondades que, para ponerle la guinda al pastel, contaban con los efectos especiales más espectaculares del momento, que te ponían la carne de gallina. Como si estuvieras allí hermanito -me dijo alguien. Hasta sentí que me empezaba a ahogar – me dijo otra. La cosa es que reventó las taquillas mundiales, arrasó con los óscares y al poco tiempo pasó al cuasi olvido reservado a joyas de similar valor fílmico como American Pie o Forrest Gump. Ya nadie reconocía que le gustaba, fue degrada a “Girly movie” y los miembros de la Academia trataron de mostrarse más recatados en sus arrebatos adolescentes desde ese momento hasta que Cameron vuelve a la escena y ¡oh, maravilla! Una película critica del sistema capitalista, que nos habla de amor (del verdadero), de redención, de ecología, de la comunión con la naturaleza y del odio que genera el progreso desmedido, de davides y goliates, de malos malísimos como los de antes, de william wallaces y pocahontas azules. Una historia que de por sí es maravillosa y cuenta, por si no fuera suficiente, con los efectos especiales más impresionantes del momento. -Como si estuvieras allí, hermanito -me parece escuchar en un deja vu cargado de nuevas nominaciones al Oscar y destrucciones impías de taquillas mundiales. ¿Cómo lo haces, Cameron?, ¿o has vendido tu alma al diablo como Federer? Ejerciendo de vidente, les aseguro, generosos lectores, que la mayoría de ustedes en un par de años negarán su gusto desmedido por Avatar, como Pedro negó a Cristo.
H.P.
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