Hace mucho tiempo empecé a tener reparos frente al activismo humanitario, hacia la corrección política y hacia los movimientos sociales que propugnan la igualdad. Y no es porque el cinismo se haya apoderado de mis convicciones y considere que el deterioro del medio ambiente, el maltrato desmedido a los animales, el racismo o la miseria -entre muchos otros- deban ignorarse y que deba mirar para otro lado mientras disfruto las mieles de mi egoísmo.
Hablamos mucho de evolución pero parece que, por lo menos la mitad del mundo, se hubiera detenido en el tiempo. Es lamentable que mientras, luego de millonarias campañas publicitarias, un puñado de neo yuppies esperen ansiosos la llegada de la IPad 2 a las Apple Stores, para ser los primeros en disfrutar del nuevo capricho tecnológico mientras que, para un quinto de nuestra población, el tener un cuaderno y un lápiz son lujos tan asequibles como el agua Evian. Ni hablar del asco que me produce esa otra campaña que asegura "que todo peruano por el solo hecho de serlo, tiene derecho a comer rico" y, por tanto, se llevan al más famoso cocinero nacional, Gastón Acurio, a prepararle una pachamanca a los estadounidenses de Perú-Nebraska, mientras en el Ande, verdaderamente, peruano, miles se mueren de hambre y de frío.
Las injusticias existen y son evidentes. La corrupción, igual. La discriminación es tan antigua como el mismo ser humano y el abuso del fuerte sobre el débil es casi la marca indeleble del Homo Sapiens (Al punto de haber sido capaces de extinguir a nuestros primos hermanos, los Neanderthales, cuando aún aún eramos unos niños de pecho, históricamente hablando).
Sin embargo, la solución de los millones de problemas del hombre no es una e indiscutible. No es sencillo acabar con todo lo que está mal con una fórmula mágica, pues -de lo contrario- ya alguien lo hubiera hecho. Somos nosotros mismos quienes hemos creado nuestros conflictos (entre humanos y contra el entorno) y tendríamos que cambiar casi genéticamente, para deshacer nuestros entuertos.
No por ello debemos resignarnos y decir "A la mierda. Si todo está mal, que siga mal y yo vivo mi vida". Pero es mucho peor, optar por soluciones simplistas, bien intencionadas, manipuladas o interesadas cuyo único fin (Y por eso deberíamos sentirnos avergonzados) es acallar nuestras consciencias.
La mayoría de personas suelen aferrarse a promesas de cambio con extrema facilidad, y cambiar de vagón cuando sabe que el tren que ha tomado no le conduce a ninguna parte y así, una y otra vez, ses les pasa la vida, entre decisiones erradas que les permiten decir: "Fue culpa del otro, pues me engañó con sus ofrecimientos de palo". Total, culpar a otros de mis propios errores me permite sentirme mejor y -sobre todo- no verme obligado a hacer nada por mi mismo.
Pero hay otro grupo, divido en corpúsculos ortodoxos, que creen que sí pueden cambiar las cosas y hacerlo ahora mismo, sin más armas que "sus voluntades de acero". Como existe una amplia gama de conflictos humanos, se decantan por una rama cualquiera, pero -para legitimarse ante ellos mismos- deciden que objetivo escogido es la base, la raíz de los problemas dela civilización y que todo lo demás es sólo una consecuencia de aquello que han decidido extirpar.
Entonces aparecen en escena los fundamentalistas. Los religiosos son los más comunes; y, aunque algunos de ellos son mal vistos (especialmente si tienen largas barbas y filiación musulmana), otros son considerados "ejemplos para la humanidad" y, junto a sus seguidores, logran hacer del mundo un lugar un poco peor para vivir. Desde creadores de sectas católicas como el Opus Dei u orientales místicos que predican "el amor", como Sai Baba, tenemos como único resultado real de sus "acercamientos a la divinidad", su propio enriquecimiento, el de sus seguidores más cercanos, el abuso (físico, mental, pero sobre todo, económico) sobre los débiles de espíritu que los toman en serio (y que llevan milenios esperando el reino de los cielos) y la exclusión y marginación de quienes "no aceptan la palabra como verdad absoluta".
Pero no sólo por religión lucha el hombre. La protección del medio ambiente y de los animales también ha tomado proporciones insospechadas, pero no con políticas efectivas y racionales para su cuidado, sino con movimientos extremistas y violentos para quienes la vida de un perro o de una ballena valen tanto o más que la de un ser humano. Pero los defensores de esos seres que son nuestros iguales tanto como lo son una sandía o una cucaracha, no toman en consideración que con el dinero que el "mundo desarrollado" gasta en sus mascotas, se podría alimentar sin problemas a gran parte del África subsahariana. Es aún más patético el caso del grupo de antitaurinos, que discuten los éxitos de su propaganda alrededor de un suculento bife de vacas "matadas humanitariamente y con fines alimenticios".
Y terminemos la reflexión del mes, hablando de política. De las promesas electorales que apelan a la falta de juicio y a la ignorancia de los votantes. De los partidos o movimientos que se construyen sobre los cimientos paralelos de la necesidad y de la ignorancia. Hablemos de esos insignes (o infames) héroes de cuarto de hora (o de cuarto de siglo) que te ofrecen "arreglar el mundo que conoces, a cambio de tu confianza ciega". Hablemos de aquellos "prometedores" que aprovechan cualquier coyuntura para saltar sobre la yugular de los "prometidos" mientras ellos se preguntan, como siempre: ¿No me había dicho que era mi salvador? y rematan con un "Él me falló, pero mi próximo mesías sí será el de verdad". Y terminemos mencionando a aquellos con mucha suerte que logran, sin muchos méritos propios algunas veces, trascender el espacio de la promesa y azuzar el resentimiento, el racismo y la ignorancia para crear un grupo homogéneo de zombies dispuestos a cometer las barbaridades más insensatas en aras de "sus ideales" (Mussolini en Italia, Ollanta Humala en el Perú, por nombrar sólo a un par).
Es por eso que no creemos en salvadores, ni en formulas mágicas de felicidad, ni en dignidades a prueba de raciocinios. Estamos convencidos que el mundo es una mierda, y que hace falta una buena dosis de escepticismo para no empeorarlo.
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