domingo, 25 de abril de 2021

Al vuelo hacia la segunda vuelta (Tercera parte)

Lo primero que destaca en Pedro Castillo es que no es alguien destacable. No representa al migrante con éxito económico, como Acuña ni al que logró “el sueño americano” como Toledo. Mucho menos, al descendiente de italianos y agregado militar en países del primer mundo, como Humala. Se trata de un maestro de primaria de un pueblo pequeñísimo, cuyo único contacto con los altos círculos del poder se circunscribe a haber liderado una huelga de profesores hace unos años. Carente de PhDs, de maestrías en el extranjero, sin siquiera ostentar un posgrado en alguna universidad de renombre. No se le puede colocar tampoco el cartel de líder regional o de curtido político. No es dueño de una gran elocuencia ni una cultura enciclopédica. Se expresa con alguna dificultad y su lenguaje es austero. Se nota, en cada entrevista su falta de mundo y su desconocimiento de algunas cuestiones elementales de gobierno. Es alguien, en suma, a quien difícilmente podríamos imaginar como la persona encargada de dirigir la nación en los próximos cinco años. 


Y, sin embargo, es el primer candidato en la historia del Perú -con verdaderas posibilidades de ganar- que proviene, realmente, del Perú profundo. Ese Perú invisible para las clases medias y altas. Ese Perú de los friajes y de la desnutrición. Ese Perú sin agua potable y sin internet. Ese Perú ridiculizado e ignorado. Ese Perú de castellano atolondrado debido a  su quechua materno que es motivo de mofa para el Perú monolingüe que se irroga el derecho a ser el Perú de verdad. Ese Perú que aunque no lo parezca, por lo que muestran los medios o la distribución del PBI, constituye una rotunda mayoría en nuestra nación y -aunque muchos quisieran borrarlo de un trazo- tiene la fuerza electoral suficiente para colocar uno de dos rivales para la presidencia. Esa importancia electoral ha sido, astutamente, utilizada por “humildes de mentiritas” como los mencionados Toledo o Humala, pero también Fujimori; quienes, una vez en el poder, ignoraban, drásticamente, a ese pueblo que, al cabo, no era suyo. Esta vez el “candidato del pueblo” no tiene lista la nómina de ministros con sus amigos del Golf o de la intelectualidad universitaria. Esto no es necesariamente bueno, es cierto, ya que en la crisis actual hace falta gente experimentada para capear la hecatombe que recién empieza; pero, ¿Cuál es la otra opción? ¿Un “empresariado” cuya ideario para la reactivación se basa en disminuir el gasto público y los impuestos, así como en “flexibilizar el mercado laboral”, lo que viene a ser, en realidad, una forma de generalizar el subempleo? ¿O un academicismo teórico y letárgico, incapaz de adaptarse a las particularidades de nuestro país? 


Es cierto, también que buena parte de lo pregonado en la campaña de Castillo es inviable en el mundo actual. El leninismo maoísmo -que no el marxismo- ha fracasado de manera evidente; pero también es cierto que el capitalismo neoliberal hace aguas por todas partes y la pandemia no ha hecho más que acelerar su deterioro, no solo en el Perú, sino en el mundo entero. La cada vez mayor exigencia de impuestos a los millonarios, seguro de salud universal o acceso a una educación de calidad menos onerosa en el país más individualista del mundo, como es Estados Unidos, es prueba de que frases tan falaces como “el pobre es pobre porque quiere” o “el mercado se autoregula” no representan más que los manotazos de ahogado de quienes tienen miedo de perder sus privilegios. 


Curiosamente, quienes más temor tienen a perder tales privilegios, son aquellos que no los tienen, pero los confunden con las comodidades que reciben, como migajas, al formar parte de  la pequeña burguesía. Es cierto que la fragilidad de ser un asalariado o un “empresario emprendedor” se ha hecho manifiesta para muchos en esta época y no vale la pena explayarse en eso. Pero hay un buen porcentaje a quienes la pandemia no ha perjudicado tanto, o trabajan en rubros en los que, incluso, se han beneficiado con ella; y, por tanto, han reforzado su idea de pertenencia a la clase dominante. Casi sin tomar en consideración que el azar en forma de una enfermedad, un accidente incapacitante, un terrremoto o cualquier otra cosa, puede tirar por los suelos todo ese estilo de vida que creen inmutable. En ese momento, es cuando el Estado deja de ser el “ogro que se lleva tus ganancias” y puede convertirse en la única posibilidad de que tu familia se alimente o tus hijos se eduquen. Y en esa situación, si realmente lo necesitaras, lo que menos quisieras es escuchar a una candidata que te dice que “el modelo funciona” y que mantenerlo es la única forma de “seguir creciendo”. Esa es la situación en la que está buena parte del país y es la razón principal por la que Castillo le saca 20 puntos de diferencia a Keiko.


Es probable que Castillo haga un gobierno desastroso y terminemos todos más pobres (Sin embargo, no vamos a ser otra Venezuela porque para eso necesitaríamos la presión de las sanciones internacionales que no tendremos al ser un país insignificante en la geopolítica mundial), pero al menos tiene la ventaja de gozar de una empatía que solo el haber vivido como un hombre común le puede dar. Llamémoslo consciencia de clase, si quieren. Quizás lo peor que pueda suceder, es que se obnubile con el poder y se convierta en un “sano y sagrado reloaded” y sigamos como siempre (aunque más muertos, que el COVID no se detiene).


Una imagen que quisiera destacar de Castillo, es la del día en que iniciaba su campaña para la segunda vuelta y se despedía de su familia. La forma en que su hija lloraba y lo abrazaba y le pedía que no se fuera, demuestra que es un buen padre y eso ya es mucho más de lo que podíamos haber esperado de los presidentes de las últimas décadas

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