lunes, 12 de abril de 2021

Al vuelo hacia la segunda vuelta (Primera parte)

Ya asegurados los candidatos ganadores del primer round, no han tardado en llegar las reflexiones post electorales. Hay que reconocer que la mayoría son un copy paste del 2011, con frases contundentes que se han convertido en clásicos modernos como : “Cómo me dueles, Perú”, “El Perú no es Lima”, “Mañana mismo tomo mi avión” “Qué estamos pagando”, “hay que escoger entre el cáncer o el sida” “votaré tapándome la nariz” o “tenemos que escoger entre dos males mayores” y es que da la sensación de que twitteros, feisbuqueros e instagrameros están viviendo un déjà vu de aquella disputa entre Keiko y Humala: Unos reconociendo que no tomaron en cuenta el sentir popular, pero dejando, siempre en claro, que el sentir popular es una mierda. Otros aceptando que Fujimori es lo peor que existe pero que no se puede desestabilizar al país. Otros convirtiéndonos en Cuba (ahora en Venezuela).

Pero, aunque el país sea, prácticamente, el mismo, porque ni las pandemias llegan a cambiarnos de veras, las circunstancias son diferentes. Sin más preámbulo empezamos a poner nuestro granito de arena reflexivo:


La Keiko: La verdadera sorpresa de las elecciones. Mientras lo de Castillo se caía de maduro, la hija de Alberto languidecía en las gélidas aguas de la medianía en las encuestas. Atrás quedaban los tiempos de gloria con porcentajes de apoyo cercanos al 40 por ciento. Es entendible. El antifujimorismo, que en el Perú tiene status de religión semi oficial había, por fin encontrado a su Sumo Sacerdote en Vizcarra y, el año pasado había logrado lo que parecía imposible: Casi borrarlo del mapa. Igual, su núcleo duro de 6 o 7 por ciento la hacía aún visible en las encuestas pero la verdadera pelea por el título de Caudillo de la derecha, aparentemente, iba a parar en De Soto o López Aliaga. 

Sin embargo, hubo tres factores con los que nadie contaba: 

El primero es que, le duela a quien le duela, el fujimorismo ha calado profundamente en las clases populares -especialmente urbanas- y se ha convertido en una especie de peronismo con tacu tacu que, por muy débil que esté en algún momento, no logra ser extirpado. Claro que eso sorprende porque en redes casi no hay fujimoristas: Es que en redes somos como Argentina o Uruguay, somos cultos, civilizados, demócratas, progresistas o liberales. En redes hasta gana la Vero. 

Segundo: La caída de Vizcarra fue una bocanada de aire para Fujimori. Durante más de una década la secta de los antifujimoristas llegó a ver a sus miembros como seres sin mácula, guardianes de la moral e incorruptibles. Al mismo tiempo, hasta el menor devaneo de un funcionario con la ilegalidad era asociado, inmediatamente, a su fujimorismo agazapado. Entonces, cuando el paladín de su lucha, el que valientemente cerró “el peor Congreso de la historia” enfrentándose a “la lacra naranja y sus tápers” demostró ser capaz de acciones tan aborrecibles como el aprovechamiento de la pandemia como mecanismo publicitario o de mentiras abyectas como la de su “voluntariado” para esconder su vacunación secreta: no se necesitó mucho tiempo para quitarle a Keiko el monopolio de la corrupción y compartirlo con todos los demás políticos, lo que permitió, además de la recuperación de un porcentaje de sus antiguos fieles, una sensación de hastío político por buena parte de la población, que en idioma electoral, implicaba que sus magros puntos porcentuales la ponían de nuevo en carrera. 

El tercer factor es que sus rivales, Porky y De Soto eran tan malos candidatos que el adjetivo “patético” les quedaba grande. Siendo blancos, hombres y millonarios, lograron asegurar los primeros lugares en Lima, pero con porcentajes irrisorios, considerando el nivel de conservadurismo social y económico de la capital,  lo que permitió que Fujimori les birlara un 13 por ciento que, a la postre, resultó crucial, ya que, salvo en las capitales departamentales, los otros dos eran rivales sin el menor fuste en provincias. De cualquier forma, no deja de ser sorprendente la resiliencia de Fujimori, quien luego de perder dos elecciones, en olor a multitudes, esta ahora a punto, de ganarla, cuando ni Puñete apostaba por ella. 

A su favor juega, especialmente, que su rival es cobrizo, inexperto, de poco mundo, pueblerino, venezueleable, altamente “terruqueable” -en el terruqueo es donde mejor se desenvuelve-, y que la mayoría de sus ideas son demasiado radicales para que logre conseguir muchos consensos -quizás si con Verónica Mendoza pero difícilmente con sus verolovers. 

En su contra tiene su asociación con la corrupción, la inmensa popularidad de Castillo en zonas rurales, donde difícilmente puedan servir ni el terruqueo ni el venezueleo; el antifujimorismo de núcleo duro (el otro ya lo tiene ganado que “con asco” pero votarán por ella, que más miedo le tienen al cambio);  el conservadurismo de Pedro Castillo, que deja sin pie todos los ataques que sí hubiera recibido Mendoza; y, por último, pero no menos importante, Peter Castel es hombre y eso es un plus es una sociedad tan machista como la peruana, más aún si los movimientos feministas no le tienen, a Keiko, la menor simpatía.(CONTINUARÁ)

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