domingo, 19 de mayo de 2019

Game of Thrones: No llores por mi, King's Landing

El final de Game of Thrones es como la vida misma, en el sentido de que cuando piensas que nada puede ser peor, logra serlo. Parece que por ahorrar costos, despidieron a los guionistas un par de capítulos antes del fin y usaron ese dinero en hacer un muy buen efecto de ceniza (lo único bueno del capitulo). Si Lars Von Trier puede hacer películas sin guiones ¿por qué no nosotros? casi sentimos decir a los productores mientras le entregan las crayolas a sus nietos para que garabateen las escenas más importantes.

Es increíble como una serie que logró unir a familias y comunidades enteras, como no se veía desde las reuniones prehistóricas alrededor de las fogatas, pudiera necesitar menos de ciento sesenta minutos para arruinarse de tal manera que en este momento miles de madres están en los Registros Civiles tratando de cambiarle el nombre a sus Daenerys Kalheesis por algo mas tradicional como Kimberly Yahaira y los tatuajes de Jon Snow están tratando de retocarlos para que se parezcan mas al hipster que conocieron en la reunión mensual de veganos. Cuando Lost destruyó su buen nombre con un último capítulo infecto, nadie podía presumir que alguien podría arrebatarle el honor de peor final de la historia, con el mérito de que GOT logró dupicar su efectividad, al lograr los dos peores últimos capítulos de la historia. 

Este final tiene desde momentos que causan vergüenza ajena como el “chiste” sobre democracia que suelta Sam, hasta despropósitos -en una serie que se preciaba, al menos al inicio, de retratar de manera adulta los conflictos políticos por el poder- como nombrar como rey a un personaje insulso, sin el menor peso en el desarrollo de las guerras de los hombres (y con un papel dudoso en la otra, contra los caminantes blancos) y que gracias a la secesión inmediata de su hermana, tampoco pertenece a ese país. Si todo se resuelve tan fácil, ¿para qué tantos años de masacres? ¿Tanto hacerla larga con que Jon es Targaryan para que al final a nadie le importe y lo manden desterrado a pesar de que todos los gobernantes importantes son familiares suyos? ¿Y Daeneyrs, la nueva malvada, es tan inocente para no tomar medidas para protegerse de quien sabía que tenía la tozudez moral de un Juan Calvino? 

La serie ha perdido para siempre su lugar en los anales de la televisión -como si Messi estuviera en la final del Mundial y en el último segundo fallara un gol frente al arco y sin portero. Hay tantas cosas malas en este par de capítulos que no hay manera de despotricar de todas, así que nos centraremos en lo más evidente: La pauperización psicológica de los personajes, especialemente
Daenerys. 

La Madre de dragones fue el PERSONAJE de Game of Thrones. Pasó de ser una moneda de cambio para los intereses de su cobarde hermano hasta convertirse en la líder a la que seguían fielmente miles de personas. Si el “empoderamiento" femenino tuviera que encontrar una representante, sin duda ella sería la candidata ideal. Su poderosa personalidad, su sentido de la justicia, su idealismo libertador incluso apocaban su capacidad de no quemarse o de tener hijos dragones. Sin ser una fanática de la moralina como el soso Jon Snow, siempre fue capaz de buscar la equidad en sus decisiones sacrificando, muchas veces, incluso sus intereses.

Por eso sorprende que en la recta final la hayan convertido en una psicótica hambrienta de poder, sin la menor empatía por el pueblo al que decía estar liberando, con una crueldad mayor a la de la peor Cersei y, sobre todo, sin la menor inteligencia en sus decisiones. Quemar Desembarco del Rey, sabiendo las consecuencias que acarrearían a la gobernabilidad de los Siete Reinos es el equivalente intelectual del “Hulk aplasta”. Peor aún, nos muestran un espectáculo infinitamente machista porque nos habrá dado pruebas de perspicacia y compasión enormes pero basta que Cersei mate a su amiga y a su dragón para que se cebe con miles de inocentes. “Actuó así porque seguro estaba en sus días” parece decirnos el sobrino de Trump que funge de escritor del capítulo. Y es que una mujer que quema mercaderes, libera esclavos, tiene una personalidad poderosa, se acuesta con quien le da la gana y quiere cambiar el mundo, es algo muy incómodo en tiempos neofascistas como para que termine triunfando. Mejor volverla loca y sádica, desaparecerla y darle la posta del “emponderamiento” a la pelirroja que si se comporta como una mujercita bien.

Si bien todos los personajes han terminado perdiendo todo tipo de matiz para pasar a ser o “buenos” o “malos”, lo hecho a los personajes femeninos no tiene nombre. Arya pasa de ser una superheroína que acabó con el malo más malo a una niña asustada sin la menor influencia en los asuntos posteriores. Lo que se negó a hacer en las primeras temporadas, lo logró en los dos últimos capítulos: Se volvió Nadie. Sansa, termina siendo una engreída y chismosa por partes iguales que mientras mantenga su corona, no se preocupa gran cosa por el destino de los Siete Reinos ni por el de su hermano, a quien manda, alegremente, a la guardia de la noche para evitar tenerlo cerca y que se vuelva un problema para ella (Claro que como todo lo hace muy regia y digna, pretenden que la veamos como  una estadista madura, una reina Victoria reloaded). Brienne, como no, termina llorando a su hombre perdido, que es para lo que viven las mujeres así se les nombre caballeros (la larga mano del Partido Republicano no se cansa de acomodar la historia en orden a sus “valores judeocristianos” de toda la vida). Cersei, la gran oponente, un poco más de lo mismo. 


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