Para ti, buen lector, que has sumado un buen puñado de años en tu último aniversario, seguramente Azrael es sólo el nombre del gato de Gargamel y supondrás que su única relación con la muerte, es la obsesión que comparte con su dueño por cazar pitufos.
Si de niño tuviste que sufrir con la inexistencia de la televisión de pago y con la homogeneidad de preferencias culturales a la que nos obligaba una señal pública de, apenas, dos o tres canales; recordarás con nostalgia a los Thundercats, a Mazinger Z, He Man, Robotech y tantos otros, entre los que no podrían faltar los "suspiritos azules", a quienes mencionamos hoy.
Si aún disfrutas como porcino en barro de la sosería guionística de aquellos "cartoons para dummies", habrás llegado al cine cargado de melancolía, pop corn y la estúpida certeza de que saldrías del cine incorporando la preposición "pitufi" a las ya pocas palabras de tu vocabulario.
En cambio, si has cometido la imprudencia de revisionar aquellos bodrios en el Youtube; sabrás que probablemente tengan mucho de culpa en tu irremediable conversión en oligofrénico; y si, aún, tienes algo de sangre limpia circulando alrededor de tus meninges, es probable que jamás hubieras considerado la posibilidad de ir al cine a ver Los Pitufos, sabiendo lo infinitamente más edificante que es el ponerte a contar los dedos de tu mano izquierda mientras esperas a que el pañal contra la incontinencia empiece a gotear.
Pero si hubieras terminado asistiendo a a esa masacre azulina de materia gris por culpa de ineludibles obligaciones paternales (que te hacen considerar una y otra vez la importancia capital del condón en nuestra civilización), quizás no terminaras tan emocionalmente destrozado -como suponías- con ese previsible festival de lugares comunes y moralizantes enseñanzas familiares que era todo en lo que consistía el dibujo original.
Es cierto que el esperadísimo gangbang de Pitufina -con absolutamente todos sus hermanos de raza- no se hace, una vez más, realidad, y que el guión probablemente haya sido elaborado a cuatro manos entre Posh Spice y Paris Hilton; pero a cambio, gozamos de un buen puñado de gags bastante atinados, una crítica aguda y mordaz a dos problemas cruciales de la civilización contemporánea como son: La inutilidad de la corbata (que ya era tiempo que alguien la hiciera) y la falta de música en el trabajo; y, sobre todo, a un Gargamel impecable, infinitamente superior a cualquier malvado de blockbuster de los últimos tiempos (incluyendo a Cráneo Rojo y a la niñata de Megatron), que nos lleva a pensar, cuando se encienden las luces, en la gran película que hubiéramos podido haber visto, de haber obviado en la historia a esos subalimentados habitantes de Pandora.
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