Todo ser vivo ocupa la mayor parte de su vida en conseguir, fundamentalmente, dos cosas a lo largo de su vida: Comida y sexo. Ni siquiera las planta escapan de ello y, por eso, se desviven por complacer a quienes les servirán de órganos sexuales externos, como son los insectos, a quienes brindan, solaz, esparcimiento y, sobre todo, comida; pues, ambas necesidades van íntimamente relacionadas. Quien tiene la posibilidad de satisfacer las necesidades alimenticias propias y ajenas con mayor abundancia, es quien termina teniendo mayor éxito en el amor. Esta regla se aplica para la margarita, para el dromedario y para el humano, casi sin distinción. Sin embargo, éste último, ha reemplazado, a lo largo de siglos de evolución intelectual, el uso de aptitudes personales (como la fuerza, la rapidez) por algo mucho más efectivo, como el dinero. Aún hay quien duda que el dinero dé felicidad, pero nadie, en su sano juicio, se atrevería a negar las propiedades afrodisíacas de éste.
Pero la moneda ha ido aún más allá, a un plano casi mágico, y ha logrado transformar las taras genéticas de su poseedor para hacerlo apetecible sexualmente ya no sólo por sus atributos económicos: Ahora puedes cambiarte la nariz, tratarte la piel, reconstruir tus pómulos, usar viagra, ir al gimnasio o hacerte un bypass gástrico. No hay casi nada que el dinero no pueda transformar y casi todo lo demás lo puede comprar. Entonces, el rico ya no tiene sólo a las mujeres, sino también las cualidades que las atraerían para el sexo ocasional, con lo que la parte de la especie humana que no posee tarjetas de crédito platinum está, casi irremediablemente, condenada a la extinción por abstinencia.
Sin embargo, no todo está perdido para las huestes de los perdedores. Hay algo que ninguna tecnología, ninguna cirugía y ninguna mutación ha logrado cambiar aún. El último bastión de humanidad (entendida como nuestra característica primordial no modificada) aún se mantiene incólume ante el embate constante del vil metal y sigue siendo un atributo que nos diferencia unos a otros y, por tanto, sigue siendo un arma efectiva (como una piedra, al menos) en la batalla constante que es la búsqueda del amor carnal. Estamos hablando, señores, del humor.
La capacidad de hacer reir sigue siendo una característica atractiva al sexo opuesto, lo que no deja de ser sorprendente, pues, es una cualidad bastante inútil a la hora de conseguir resultados prácticos, porque, seamos sinceros, el humor ni te sirve para luchar contra un tigre furioso ni para asegurarte una pensión de jubilación digna. Es cierto que la mayoría de mujeres se sentirán atraídas temporalmente al poseedor de un agudo sentido del humor y que muy pocas de ellas pensarán en formar una familia con ellos, pero ¿Eso no es también otro motivo para sonreir?
CONTINUARÁ (Ahora sí hablando de Two n' a half men)
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