Aunque el progre sudaca promedio considere al Capitán América un héroe del capitalismo, cuya única función es incentivar el libre mercado, el colonialismo y el imperialismo extremo porque ¿Qué otra cosa podría esperarse de un tipo con ese nombre y enfundado en un traje que parece una elegía a la bandera estadounidense?
Confieso que durante muchos años pensé lo mismo: "El Capitán América es el superhéroe de los yanquis, y a los yanquis hay que odiarlos porque representan todo lo de malo que tiene la humanidad, y sin ellos ya no habría guerras, ni maldad, ni odios fratricidas ni asesinatos alevosos (que las luchas tribales africanas o los atentados terroristas en Perú o en Suecia son todos culpa de los gringos genocidas)". Así que, en mis juegos infantiles, ni siquiera me molesté alguna vez en desfacer el menor entuerto enmascarado con la estrella y armado del escudo circular del odiado reaccionario del suero supersoldadiano.
Pero con los años, descubrí la verdad de Steve Rogers. El pobre hombre, a diferencia de Superman o del patético Spiderman de las películas de Sam Raymi, no es alguien que utiliza sus superhumanos y casi ilimitados poderes para realizar labores de guardia ciudadana e impedir atracos vulgares y enfrentar ocasionalmente a algún supervillano. Él, en cambio, siente que sus poderes (que apenas es uno: Fuerza superior a la de un humano común, ¡Ni siquiera superfuerza!) son un regalo que debe utilizar para defender los principio libertarios que representan los Estados Unidos.
¡Pero un momento! ¡No se burle, aún, de mi! El Capitán América nace como un producto propagandístico, pero a diferencia de quienes crean las estrategias de marketing patriótico emocional para manipular humanos como corderos, él, como producto, está obligado a CREER en esos ideales. Es más, él es la materialización del espíritu norteamericano que durante décadas nos han machacado desde Hollywood: El hombre libre, respetuoso de la libertad ajena.
El Capitán América es, en verdad, representante de la minoría culta y bien intencionada del noreste de Estados Unidos, para quienes el derecho a opinar, al libre albedrío, es tan o más importante que la seguridad (al contrario de Supermán, quien representa al inmigrante de segunda generación -o a alguien perteneciente a una minoría racial, criado por red necks de Texas- que, más papista que el Papa, se vuelve líder comunitario del Tea Party y aboga por la sumisión total a los controles oficiales.
Pero la verdadera contraparte del Capitán no es Supermán -quién grande, fuerte y descerebrado, como jugador de fútbol americano, siempre será un títere de alguien más- sino que lo es el acaudalado Tony Stark, mejor conocido como Iron Man. El representante de los ricos industriales en el Universo Marvel, sabe que la igualdad y la democracia son conceptos caducos en el mejor de los casos y que, la única manera de evitar la recesión y la destrucción de la creencia en los "valores americanos", la guerra y la pobreza, es la represión. Es por eso que en la Guerra Civil Marvel, acepta sumisamente la extensión al mundo de los superhéroes de ese documento monstruoso que es la Patriot Act.
Lógicamente, hay héroes (o personas comunes) que no aceptan ser pisoteados tan tranquilamente con leyes represivas o con cánones y protecciones infinitas a los derechos intelectuales. Uno de ellos, el subvalorado Capitán América, se rebela contra la injusticia hipócrita que suele disfrazarse como "nuestro propio bien" y se enfrenta a Iron Man, a la mayoría de superhéroes y, sobre todo, al gobierno estadounidense, aún a costa de su propia, vida pues para el viejo idealista, la esclavitud nunca será una opción tolerable.
¿Pero en qué momento hablará de la película? -se deben estar preguntando. Pues, no hay mucho que decir, salvo que es una larguísima e innecesaria introducción para la megaproducción Los Vengadores.
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