Nadie se encuentra conforme con su vida – las quejas sobre dinero o amor son tan cotidianas que, salvo que sean propias, por lo general ya no conmueven a nadie. El descontento es tan natural que me atrevería a decir que -más que la risa o la consciencia de la muerte- nos define como humanos. El chocolatero ambulante probablemente desee la plata de Bill Gates; Bill Gates quizás haya deseado no tener ese aspecto de nerd. Mi vecina quiere el pecho más grande y Pamela Anderson quiere quitarse las siliconas. Así, entre desear y no tener, o conseguir algo que no resulta ser tan bueno como esperábamos, nos vamos resignando a lo que nos toca en suerte:
A los cuarenta, ya casi nadie espera ser presidente de la Nación; a los 30 casi todos los deportistas saben que no llegarán mucho más lejos de lo que ya hayan llegado; a los 20 ya casi todos los niños se habrán resignado al tamaño de sus hombrías y las niñas, a las planicies de sus asentaderas; a los diez, ya intuyes que no serás Batman ni Iron Man.
A los cuarenta, ya casi nadie espera ser presidente de la Nación; a los 30 casi todos los deportistas saben que no llegarán mucho más lejos de lo que ya hayan llegado; a los 20 ya casi todos los niños se habrán resignado al tamaño de sus hombrías y las niñas, a las planicies de sus asentaderas; a los diez, ya intuyes que no serás Batman ni Iron Man.
Sin embargo la historia la escriben aquellos que no se resignan. Aquellos valientes que aguantan con estoicismo la burla de la plebe y que no se sonrojan ante los dedos acusadores que menosprecian su intento de convertirse en lo que siempre soñaron. Los ejemplos de Susan Boyle o de nuestra (eternamente nuestra) Tigresa del Oriente son bastante evidentes. Pero ¿Qué ocurre cuando tu sueño es negarte completamente y convertirte en ese superhéroe de tu niñez? Y no me refiero a actuar como Raimar, sino convertirte realmente en él. Lo más probable es que hasta los escritores de libros de autoayuda cierren sus lucidos escritos y tengan que reconocer que -aunque el cielo es el límite, tú ya excediste los márgenes. Imagina gastar veinte mil dólares en convertirte en tu caricatura favorita. Imagina lo ridículo que te verías después. Imagina enfrentar al mundo luego de eso.
Annete Edwards intentó convertirse en Jessica Rabbit a los 57 años. Las burlas globales llegaron ha hacer recordar aquellas que sufrió Tom Cruise luego de un simiesco baile amatorio televisado. Ese tipo de comportamientos, demás está decirlo, es lo mínimo que esperamos de los lectores de Periódico de a China.
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