martes, 19 de octubre de 2010

Reymond: El Manco que siempre tropieza con la misma piedra

Cayendo como todo un Ronaldo
No es frecuente que aquel que ha sido bendecido por los dioses con una habilidad por encima de lo común termine justificando dicho regalo divino con la adecuada dosis de esfuerzo y constancia que le permitan elevarse sobre una mediocridad que -por otro lado- si alcanzaran sin mayor apuro. Es que cuando algo se te hace demasiado fácil y sabes -y los demás también- que eres mejor que ellos, pues harás como el conejo y te quedaras dormido (generalmente por culpa de excesivas dosis de alcohol, drogas y sexo) hasta que las diligentes, perseverantes y lentas tortugas no solo te hayan ganado la carrera, sino también hayan copado los puestos laborales a los que aspiras ahora que despertaste de tus sueños de grandeza con una inmensa resaca condimentada con necesidades materiales urgentes. 


"Tocame, que soy realidad"
La aptitud a la que nos referimos no es solo de índole artística. Puede pasarle a alguien con peculiares capacidades matemáticas, literarias, lógicas, sexuales, deportivas o lo que se les ocurra. El común denominador es: Si destacas notoriamente en algo, probablemente no llegues a ser tan bueno como se espera de ti al principio. Seguramente te dediques a otra cosa o no te dediques a nada en absoluto. 
El triunfo, el éxito (pero no la gloria) se la lleva, generalmente, el que posee capacidades suficientes para suplir la genialidad con grandes dosis de sudor y persistencia. No es que cualquiera pueda lograrlo (que tampoco la vida es como un libro de Miguel Angel Cornejo o de Og Mandino) pero si eres hábil, talentoso con lo justo y esforzado como un Vargas Llosa sabe serlo, me atrevería a aventurar que nadie se comerá tu queso. 
En un mundo perfecto esto no sucedería. La brillantez, la genialidad (como los pechos naturalmente grandes) serian atributos suficientes para hacerte merecedor de un lugar en la elite de los gobernantes (o al menos en la de los acomodados bien vivientes), pero este universo tan políticamente correcto en el que Nietzsche moriría de anorexia emocional, solo tiene espacio para los sacrificados, los luchadores y para los que juegan en conjunto, como Xavi. 
Sólo "Periódico de a China" me salva del olvido
Por eso los grandes jugadores que a cuenta gotas a tenido el Perú, no han sido nada en el panorama internacional: Cesar Cueto, Roberto Challe, el Pompo Cordero o Kukín Flores nunca alcanzaron altitudes mayores a la de ídolos de barrio o de la nostalgia popular, dejando en cambio el reconocimiento (y la pensión de jubilación asegurada) a seres infames como Cubillas o el Chemo del Solar. 
En la actualidad, mi triste patria tiene un solo jugador que merece tal nombre en todas sus acepciones. Solo uno que ha tomado la posta de los prohombres mencionados y -pese a sus inicios amanerados en que fuera considerado el mejor jugador joven de Sudamerica y contratado como estrella por el PSV holandés a los 16 años- se encargó (a punta de escándalos, narcisismo y una filosofía bon vivant de los entrenamientos) de no jugar mas de un partido oficial en su club, de ser prestado a un equipo del montón donde tampoco jugó y, finalmente, regresar al Perú -casi acabado a los 20 años- a otro equipo del montón, que sin embargo le permitió la exposición suficiente para aparecer en una nutrida cantidad de programas de espectáculos y volver a ser convocado a la selección, de la que acaban de separarlo definitivamente por haberse escapado de una concentración en Panamá para -como no puede ser de otra manera- irse de putas. 

Tres tristes tigres toman chela en un lupanar
Nos cuenta una modelo que tuvo un breve romance con Reymond Manco, que al conocerla, seductoramente (y con el desparpajo propio de un genio incomprendido) le soltó la frase que ya se ha vuelto parte de nuestra cultura popular: “Tócame, que soy realidad”. Y concordamos con el “Rei” en eso, porque alguna vez fue una promesa y ahora -especialmente para los que aun soñamos con ver nuestra camiseta en el mundial- es una -otra- triste realidad.

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