Gisela Valcárcel es una especie de Susana Gimenez peruana y no son pocas las similitudes entre ellas. Ambas han alcanzado el éxito casi de casualidad y con un programa de llamadas de amas de casa. Ambas han iniciado sus carreras como émulas de Raffaella Carrá y han terminado convirtiendose en señoras de moralidad rayana en lo mojigato, lo que no les impide jugar al doble sentido con hombres a quienes duplican en edad. Ambas han salido de la modestia de la clase media (aunque Gisela insista en haber sufrido una pobreza extrema, que nunca fue tal) a los brillos que otorga el estar consideradas entre las personas más poderosas de sus respectivos países (y ninguna ha podido borrarse del todo la "naquería" de su juventud). Y lo más importante: Ambas son insoportables.
Como hablar de dos personajes tan insufribles sería una tarea titánica, me decantaré por avinagrar mi día con la nada encantadora rubia artificial de Gisela Valcárcel
Gisela apareció ante el público, como todas las vedettes ochenteras, bailando semi desnuda en Risas y Salsa. No destacaba particularmente por nada. No tenía un buen cuerpo. NO era bonita. No sabía bailar. Presumo que sus sesiones de seducción a los productores tenían un ritmo similar a las de las otras "estrellas" de la época y su mayor mérito había sido un supuesto encuentro carnal con el, en ese entonces muy famoso, Faraón de la Salsa, Oscar de León.
Pero, de pronto, un día Gisela apareció con programa propio (una copia del de Susana Gimenez) que se llamaba Aló Gisela y, por increíble que parezca, su voz chillona y la exposición de sus intimidades con las "señitos" causo un éxito de rating que la convirtió de la noche a la mañana en un éxito mediático. No era más la mujer casquivana de las noches, sino la decentísima Gisela que aconseja, escucha y regala al mediodía. Su éxito duró algunos años y luego simplemente se convirtió en GISELA, la famosa que lo seguía siendo a pesar de un buen puñado de intentos frustrados de "el gran regreso".
Hasta que, hace un par de años, hizo algo que hasta ese momento a nadie se le había ocurrido: comprar los derechos de producción de éxitos internacionales como "Bailando por un sueño"y similares programas de baile. El resultado, considerando la particular idiosincrasia del peruano, que no copia a nadie los gustos, fue un éxito instantáneo, como en todas partes. Y de pronto Gisela era de nuevo la reina de la pantalla y, durante ya buen tiempo no se cansa de torturar la pantalla con su horrenda imagen de placera cuasielegantizada, que invariablemente me recuerda a la infausta Laura León. Desgraciadamente, debido al rating, que no sólo le sonríe, sino que le carcajea, esteremos obligados a seguir con atención sus devaneos amorosos con el futbolista o torero de turno, durante los sábados siguientes, con la única esperanza de que el 2012 se acabe el mundo.
Les dejo con alguna de las tantas intros del programa que rompió con los récords de sintonía del país, con la firme esperanza de que logren conciliar el sueño luego de mirarlo. Disfrutenlo
Les dejo con alguna de las tantas intros del programa que rompió con los récords de sintonía del país, con la firme esperanza de que logren conciliar el sueño luego de mirarlo. Disfrutenlo
Pobres peruanos. La telebasura no perdona a nadie.
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