domingo, 24 de abril de 2011

Glee: ¿Una serie sin extraterrestres ni policías? ¡Dónde hemos llegado!

Hubo un tiempo en que las series de televisión eran sencillas excusas para pasar un rato con el cerebro en posición de stand by. No había necesidad de analizar complicadas tramas. No te quedabas pensando en las razones que llevaban a una isla a cambiar constantemente de ubicación, ni perdías valiosas noches de sueño intentando descifrar la compleja dicotomía que presenta el comportamiento del protagonista de la serie de las nueve. Las historias eran sencillas; duraban lo justo: un capítulo -o cuanto mucho un "continuará" la alargaba por uno más; siempre sabías que los buenos lo eran por actitudes y por estética, y los malos, siempre serían feos y muy malos. 

Es así como la pequeña pantalla se convirtió en infaltable elemento de nuestras vidas. Era tan simple como encenderla y dedicarte a hacer cualquier cosa mientras captabas el par de ideas suficientes como para saber de qué iba esta vez el capítulo de tu serie. No era sólo una manera de perder tiempo, sino también de utilizar lo menos posible las interconexiones neuronales generando un descanso integral que era mucho más profundo y reconfortante que el mismo sueño.
Pero llego la manoseada crisis del cine y la ya conocida migración de talentos a la televisión. De pronto, se tenía claro que la inspiración se había mudado a las series y la pantalla grande había sido relegada a la categoría de divertimento menor y vil excusa para vender pop corn.
La TV gastaba fortunas en producción, no escatimaba esfuerzos en conseguir los mejores guionistas y les daba un enorme espacio de libertad para experimentar con novedosas fórmulas. Mientras el cine tenía como bastiones  de originalidad a las películas animadas de Píxar; la televisión ofrecía al mundo productos como Los Soprano, Six Feet Under, Carnival, Rome, House, Breaking Bad o Lie to Me. De no haber existido Sex and the City, la diferencia a favor de la televisión hubiera sido absoluta.
Ante este panorama, en el que la ex caja boba se encontraba plagada de ingenio, los consumidores optaron por una vía alterna para satisfacer sus anhelos sub intelectuales: Los reality shows. Porque, y esto debe quedar claro, la mayoría de televidentes, al momento de apretar el botón de On del control remoto, sólo esperaban alcanzar un nivel de actividad cerebral similar al que tendrían durante un proceso de criogenización.
Fue así que se llegó a lindezas del tipo: "Keeping up with the Kardashians" o "The Simple Life" de la activista por los derechos de las debutantes adictas: Paris Hilton. Estos programas permitieron mantener un balance a favor de la estupidez, que no sólo era rentable, sino que, al constituir el espíritu original de la TV, no podía, ni debía, ser erradicado por pretenciosos artistas recién llegados.
Uno de los programas de mayor éxito fue American Idol. Tenía todos los elementos de la televisión clásica: Suspenso, maldad, héroes, amigos de los héroes, humor fácil, lágrima rápida, emociones primarias por doquier. Y, por si fuera poco, música.

Pero a pesar de las varias temporadas, son muchos los que sentían que le faltaba algo para llenar el lugar que alguna vez ocuparon Dinastía o Alf. Nadie tenía muy claro lo que era. Pensaron que quizás una insinuación sexual o una actitud rebeldona funcionarían para cerrar el círculo, por ello se contrató a Jennifer López y Steven Tyler. Pero tampoco era eso.

De pronto, alguien vio el error. Algo que, de evidente, había pasado desapercibido para todos y había impedido el paso de "programa muy exitoso" a "mayor hit de todos los tiempos": Faltaba predictibilidad. En "Los Magníficos" se sabía que la sufrida actriz invitada se enamoraría de Fast, que Murdock enervaría a Baracus y que el astuto plan de Hannibal acabaría con los malvados. En Baywatch, en Friends, en Mc Gyver, uno nunca se sobresaltaba, o si lo hacía, jamás sucedía por mucho rato.

¿Pero cómo podría el público saber, de antemano, quién ganaría el concurso, dándole tiempo a identificarse con sus penurias y esfuerzos, sin que se sintiera que nos estaban estafando?

La respuesta, amigos lectores, es: Glee. Con muchos "Idols" para que diferentes colectivos logren identificación (Nerds, deportistas, cheerleaders, luchadoras. Sin olvidar al público homosexual), mejores versiones y coreografías de los temas e incluso un cierto esbozo de guión dramático del que carece American Idol y que, definitivamente, encumbrará a Glee como el fenómeno que eclipsará, para siempre, a series como Lost o The Surreal Life.

Para quienes no han visto, jamás, la serie, les dejo con esta versión del éxito de Train, que, al menos para el equipo de redactores de Periódico de a China, suena muchísimo mejor que la original: Hey Soul Sister 

2 comentarios:

  1. La serie me da bastante asco. Por lo que es y por lo que representa. Odio todos esos realities tipo American Idol o X Factor. Por eso odio también esta estúpida serie.

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  2. Y resumiste en una frase lo que pienso de la serie

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