La primera regla del club de la pelea es no hablar del club de la pelea. Eso lo sabemos todos y por eso nos mantenemos en silencio, aguantando los rodillazos en los testículos que nos da la vida cada vez que puede. No pronunciamos ni una queja cuando el jefe nos humilla frente al grupo de colegas que, en conjunto, no suman la masa encefálica de un caracol de borgoña. Nos mantenemos impávidos ante la imagen de nuestra novia acostándose con el abuelo de nuestro mejor amigo. No hacemos más que mover los labios sutilmente para elaborar nuestra mejor sonrisa de medio lado cuando cerramos la puerta del automóvil con nuestros dedos en medio. Ya llegará el sábado y el animal amaestrado que se endeuda con tarjetas de crédito para comprarse amanerados mojitos y teléfonos celulares podrá salir del bolso rosado de Paris Hilton y reventarse a patadas con cualquier hijo de vecino que acaba de sacarse el traje de oficinista. Es que sólo con los dientes bien rotos podremos tolerar la llegada de cada lunes
Fight Club se ha convertido en una película de culto y el papel de Tyler Durden es considerado el mejor que haya realizado Brad Pitt en su larga carrera. Sin embargo este metrosexual filme le otorga demasiado glamour a la historia escrita por Chuck Palahniuk (Quien por el cuento corto "Tripas", se ha ganado, con merecimiento, un lugar en el Olimpo de los pervertidos).
En el libro, Tyler no es un Adonis, ni mucho menos, y a punta de golpizas constantes en el club de la pelea -y automutilaciones- se ha convertido en un monstruo lleno de heridas en el rostro ( jamás tienen el tiempo suficiente para convertirse en cicatrices) que tiene como inconfundible marca personal un agujero en la mejilla (que debe cubrir con la mano cuando fuma, para que no escape el humo). Sin embargo, es su fealdad la que lo hace temido y respetado, pues es el símbolo viviente de la auto destrucción como redención.
Tyler crea los clubes de pelea como una manera de canalizar la frustración de los antropoides machos obligados, socialmente, a realizar actividades poco adecuadas para los poseedores de un cromosoma Y. Pero luego quiere más. No basta con placebos de fin de semana. La civilización está mal porque reniega del hombre, forzandolo a convertirse en una especie de zombie consumista. Tyler se va convirtiendo en una especie de apóstol de la anarquía, del regreso a los valores básicos y primitivos (como los amish, pero a golpes). Es por eso que idea el Proyecto Estragos, cuyo objeto último no se clarifica en toda la novela, pero se entiende -sobre todo al final- que ha excedido, cual inmensa bola de nieve nihilista, las expectativas de Tyler, o más bien, las patéticas esperanzas de su alter ego, preocupado por mantener el status quo social luego de que le cansaran sus devaneos por el lado oscuro de la fuerza.
Así que ya lo saben, lectores de Periódico de a China, los miembros del Proyecto Estragos tienen en sus manos el destino de la humanidad y están en todas partes. Quizás en este momento la persona que te mira de reojo en la otra computadora se levante y te acuchille. Quizás mañana. El legado de Tyler Durden no podrá ser borrado.
Y como en Periódico de a China no nos conformamos con recomendaciones insulsas, ni queremos que consigas un buen trabajo para poder adquirir un libro original, aquí está el enlace para que lo bajes.
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