viernes, 1 de agosto de 2014

Con Ánimo De Amar y Her: Dos Películas, La Misma Moraleja

Si quieres saber, buen lector, lo que significa el amor, no tienes más que leer este enlace o este otro. En ambos casos, lo que queda en claro, es la fuerza de la biología, la compulsión obsesiva de los genes por perpetuarse; sin importar que emocionalmente resulten en fracasos estruendosos para los pobres esclavos del ADN, que somos los humanos. 

Sin embargo, hoy estamos decididos a contrariar a todo fanático de la comedias románticas, que nos tilde de pesimistas y hablaremos de dos filmes en los que el amor triunfa:  In the Mood For Love (Con Ánimo de Amar, Deseando Amar o, sencillamente, 花樣年華) de Wong Kar Wai y Her (Ella) de Spike Jonze.

¡Un momento! -me dirán, seguramente. Cómo podemos hablar del triunfo del amor si en ninguna de las dos películas hay un happy ending, luego de la declaración romántica camino al aeropuerto que logra reconciliar a la pareja que sintió fracturada la pureza de sus sentimientos por un malentendido de cuando aún no se amaban; ni hay boda ostentosa donde sus amigos, a su vez, puedan enamorarse. ¡Ni siquiera llegan a tocarse, por Dios Santo!

Y es cierto que en ninguna de ellas, se llega  la consumación física del amor. En un caso, por decisión voluntaria de los involucrados; y, en el otro, sencillamente, es imposible porque a una de las partes le falta, justamente, un cuerpo. Pero en ambas historias, el verdadero fracaso no es el de los amantes frustrados; pues, todas las partes mantienen intactos sus sentimientos hacia la otra parte luego de las separaciones (Samantha de Her no cuenta porque no es humana); y, presumimos, que seguirán manteniéndolos, e incluso, reforzándolos durante años; a menos que les aparezca en el camino una historia que pueda superar a la anterior. Eso es una de las tres cosas que nos alejan del resto de los animales: Nuestra capacidad por perennizar el deseo hacia lo que nunca hemos tenido ni podremos tener (las otras dos son la risa y la pornografía, claro). Siempre recordaremos a la niña que no besamos, al viaje que no hicimos, al carro que no tuvimos, a la vida que no nos tocó, con una ternura que ya quisieran nuestros hijos que hubiéramos tenido con ellos alguna vez. 


Es el mismo sentimiento que una vez tuvieron Jesse y Céline, antes de mandar su momento perfecto a la mierda y cerrar el círculo del enamoramiento-hastío, del que hablaremos en un par de párrafos. Porque, al fin y al cabo, el ADN no va a quedarse sentado mientras ve peligrar su perpetuación por las nefastas perversiones sociales que se inventan los humanos, como el amor platónico o el virtual. 

Veamos: Al amor lo hemos inventado para justificar el sexo monógamo y fundar familias, lo que redunda en la perpetuación de la especie y del orden social. Ante ello podemos oponer algún tipo de rebeldía: El sexo indiscriminado, la masturbación, el sexo grupal, la abstinencia (acompañada de violento fundamentalismo, por supuesto, o de drogas duras); pero a la larga, por mucho que luchemos contra ello, solo nos queda la soledad y el vacío que esta genera (verdadero motor del ADN para sus maléficos planes) y, no hay sexo que dure mil años y, por muy Hugh Hefner que seas, en apenas unas décadas te cansaras de la carne o, peor aún, ésta te será completamente inútil y te lanzarás a los leones, desesperado por unas migajas de compañía, por una caricia, por un "te quiero" que por muy falso que sea, siempre termina sonando mejor que un "son cincuenta la hora, incluye poses, pero no acabar encima mío", como le pasa al bueno de Hefner que por muy dueño del imperio Playboy que sea, terminó claudicando a un matrimonio con alguien que podría ser la nieta de su nieta porque la soledad ya apaleaba sus viejos huesos y, a diferencia de cualquier persona común, tiene el dinero suficiente para pagar una mentira hasta la muerte.
Cuando no eres Hefner, las cosas son aún más sencillas; todos pasamos por el mismo ciclo: Amor, Relación, Hastío, Separación y a repetir el proceso una, dos o catorce mil veces hasta que una circunstancia X: Hijos, vejez, pobreza, fealdad, etc; hace que te sea imposible repetir el bucle otra vez; y, en ese momento aparece un nuevo componente: Resignación. Es allí cuando entran a tallar las telenovelas, los partidos de fútbol, los tés de tías, los viernes de poker, la delegación inmediata del peso de todo lo que quisiste y no pudiste ser, a las espaldas de tus hijos. Es ese el momento, cuando ni tú ni tu pareja se soportan pero no conciben la vida el uno sin el otro, cuando los genes se felicitan unos  otros por la excelente labor realizada.

En In the Mood for Love, la pareja, o mejor dicho, la no pareja formada por Chow y Su, descubre que sus respectivos esposos son, en realidad, amantes y de una manera un tanto morbosa, empiezan a reunirse, entre otras cosas, para seguir tangencialmente las actividades de sus cónyuges. En una situación así, lo normal es la venganza sexual. Sin embargo, nuestros queridos personajes descubren, poco a poco, la enorme afinidad que existe entre ellos. Una afinidad que ni con prácticas forzadas hubieran podido alcanzar con sus verdaderas parejas. Es decir, se enamoran. Pero el hecho de que la circunstancia de su encuentro sea, justamente, la infidelidad, los cohíbe de manera permanente de llegar a algo físico, por el temor a vulgarizar sus sentimientos. Así se pasan gran parte de la película: sin tocarse pero muriendo de ganas de hacerlo; hasta que Chow (siempre es más débil el hombre, por su constante producción de espermatozoides, ya lo sabemos), le propone  a Su irse con él a Singapur. Ella duda el tiempo suficiente como para no encontrarse con él a pesar de su posterior arrepentimiento. Vamos, que al final tampoco habían sido de plomo nuestros héroes. Pero, como no se le ocurre hacer un libro para encontrarla, lo suyo queda como una historia no escrita para siempre, un boceto, un pudo ser, el tipo de amores cobardes que no llegan a historias y se quedan allí, que nos decía Silvio. Y ellos arrepintiéndose toda la vida por sus reparos morales; envejeciendo en posteriores historias grises y añorando borrar el minuto en que las cagaron; pero, claro, ni la vida, ni las películas de Wong Kar Wai te dan segundas oportunidades (Bueno, Chunking Express, sí. Pero no estamos para comedias románticas)

Por el lado de Her, tenemos una historia casi típica: El amor virtual. Siempre somos mejores con el filtro de un teclado. Siempre podemos acudir a la Wikipedia si nos falta un dato o a una página de chistes, para hacernos más amenos. Además, los silencios no son incómodos en la internet y los minutos sin decirnos nada nos sirven para actualizar los estados del feisbug y revisar la prensa. En circunstancias así, es mucho más fácil impresionar y ser impresionado. Es cierto que nos maquillamos un poco, pero también que nos desnudamos emocionalmente sin vergüenza, si sabemos que nuestra amada/o puede ser bloqueado/a con un click, si las cosas no resultan lo que esperamos. Si, encima, nuestra pareja virtual es una supercomputadora que no duerme y que tiene acceso directo a información privilegiada, jamás nos aburriremos con ella. El problema es que, por muy interesante que Samantha sea, el amor implica sexo, porque el contacto físico nos aleja, temporalmente, de nuestra soledad. Puede haber infinidad de personas que digan: A mi lo que me gusta es su interior; pero sin deseo sexual el vacío no desaparece. Sino pregúntense porqué se pasan la vida buscando un hombre/mujer y no se dan por satisfechos jugando playstation o entrenando en el gimnasio con los amigos/as. Los amigos te entretienen, no te llenan; y nuestra inmensa debilidad de portadores de ADN nos obliga a buscar esto último, no las conversaciones. Es por eso que Samantha, máquina finalmente y despojada de esas angustias, busca una sustituta real para que Theodore pueda tener sexo con ella, lo que le resulta mucho más frustrante (Ya vimos lo del deseo en general y lo del deseo individualizado, que es lo que llamamos amor). Finalmente, ella se harta de él, de su patética humanidad (=sexo) y evoluciona por sobre los humanos, con lo que Theodore pierde su atractivo ante el "No eres tú, soy yo"  más mecánico pero sincero de la historia de la cinematografía.

Para concluir, debo confesar que inicié este post para hablar de las bondades del amor frustrado, del coitus interruptus sentimental, que predican estos filmes; pero descubrí que ambas películas nos dicen lo mismo: El amor sin sexo puede que te dure toda la vida; pero no hay Cristo que no prefiera una historia tormentosa, autodestructiva y absolutamente apasionada, aunque te dure, apenas, unas pocas horas. 

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