lunes, 14 de julio de 2014

Oldboy 2013: O cómo convertir el oro en plomo

Luego de reconocer, hidalgamente, que Messi jamás será Maradona (Por lo que este post puede ser considerado spam, o directamente: Basura) volvemos a nuestros temas tradicionales: Sexo, violencia y cubos rubik.

Todos esto se halla en abundancia en Oldboy de Park Chan Wook. Probablemente el filme que más veces haya visto y disfrutado en mi vida, sin tener que condimentarlo con ningún tipo de alucinógenos. La historia nos ofrece un poco de gangster movie a lo Johnnie To, gore extravagante a lo Takashi Miike, las piruetas excesivas de Ang Lee y hasta el romanticismo poético y meloso de Wong Kar Wai. Si eso fuera poco,  tenemos también una tragedia edípica inversa, una clase práctica de alimentación marina baja en grasa y una venganza tratada de tal manera que nos demuestra la torpeza autoral de directores encumbrados como Scorsese en "Cabo de Miedo".
Park Chan Wook significó mi entrada con fuerza al cine surcoreano (Oh sí, existe cine en otras lenguas además del inglés y del español), uno de los más retorcidos e interesantes del retorcido e interesante cine oriental (que es mucho más que pataditas de artes marciales y horrorosas teen movies). 

El mérito del director en haber hecho de Oldboy lo que fue, es enorme. Pero, hubo un tiempo en que pensé que con semejante historia, hasta un realizador de más bajo nivel hubiera logrado una más que decente película. Es por eso que, a pesar de los comentarios negativos (achacados, en mi inocencia, a la pedantería culturosa de los críticos) sentí maripositas en el estómago (como si se tratara volver a ver a un amor de infancia, mitificada en tu consciencia, por el paso del tiempo) cuando supe que se había filmado un remake estadounidense. Es cierto que Hollywood se caracteriza por minimizar cualquier atisbo de originalidad de las versiones que realiza y que simplifica los guiones para que lleguen a ser comprensibles hasta para el organismo mononeuronal más obtuso. Pero ¿y qué? -pensé. Oldboy es tan, pero tan buena, que hasta ganaría un Mundial sin ayuda (como lo pensé de Messi).

Sin embargo, desde la elección del director, empecé a sospechar que las cosas podrían terminar peor que si la historia hubiera sido realizada por Spielberg. Spike Lee es un realizador plano, con un estilo visual aburrido y para quien el humor es cosa de racistas del Ku Kux Klan. Spike se ve a sí mismo como una especie de Malcolm X cinematográfico. Pontificador hasta la náusea, siempre tuvo la virtud de arruinar películas entretenidas con su carga de moralina revanchista. Además, ¿Qué se podría esperar de alguien que critica virulentamente a Tarantino por usar muchas veces la palabra "nigger" en sus películas? Justamente a Tarantino, que es el mayor evangelista del cine asiático en Occidente.

Por si fuera poco, los actores principales tampoco parecían dar la talla: Josh Brolin es un buen actor, pero sin los matices necesarios para representar al torturado Oh Dae-su. Al igual que con el director, su clamorosa falta de humor va en contra del personaje. Y el personaje de Lee Woo-jin para Elizabeth Olsen (la hermana menor de las freaky twins, que parece ser la que se llevó el talento actoral en la familia), cuando era un papel cantado para Chloe Grace Moretz tampoco alegra demasiado. 

Y la esperanza, a pesar de las evidencias (Como con Argentina), se mantuvo hasta el infame momento en que empezó ese bodrio y tuve que echar mano a la bolsa de papel (que siempre llevo conmigo para situaciones como ésta) y vomitar mi indignación mezclada con granos de arroz de la comida vespertina. Spike Lee consiguió convertir una gran película en en una infame y vulgar película de acción ochentera, más propia de Van Damme o Nick Nolte (Hasta se parece a Brolin, éste último) y lo que era una trágica y tortuosa historia se vuelve, por obra y gracia del mercado subnormal al que se dirigen las producciones hollywoodenses, en un producto convencional, con la misma calidad artística que esto

Lo bueno de todo esto es que me hizo olvidar la frustración de la final perdida y adquirí la certeza de que nunca más veré adaptaciones hollywoodenses (Certeza que, por otra parte, me falla desde los lejanos tiempos de Vanilla Sky).

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