viernes, 18 de noviembre de 2011

Alí en el país de las maravillas: John Kennedy Toole se nos moriría de nuevo

En la colonial y siempre afrancesada Louisiana (aunque el francés sólo lo hablen turistas) un extraño gordo con orejeras y un espíritu antisocial rayano en lo patológico, se ha convertido en uno de los símbolos más reconocidos de la región. El tipo, abyecto por demás, merecería el oprobio de la sociedad en su conjunto, de no ser por la particularidad de no haber existido más que en la FANTÁSTICA (y aquí, como sabrás buen lector, en este periódico de a china, "mediocre" ya suele ser un calificativo positivo) novela "La conjura de los necios" de John Kennedy Toole, otro tipo raro (este sí muy real), de quién uno piensa que jamás salió de su estado natal (ni de su casa, en realidad) como una especie de Lovecraft, pero que sin embargo llegó, incluso, a vivir en Puerto Rico cuando servía para el ejército. 


El bueno de John no tenía mucha tolerancia a los fracasos, así que cuando su novela fue rechazada por un puñado de editores, no se le ocurrió mejor idea que matarse.


Debido a esa decisión alocada de juventud, la humanidad hubiera corrido el riesgo de no haber disfrutado jamás de las aventuras de Ignatius J. Reilly, pero la constancia de su madre (la señora Toole, no Reilly, que también era una madre ejemplar) le permitió alcanzar la gloria póstuma (que muy poco le importará al escritor pero que tanto bien nos hace a los demás) y, sobre todo, nos permitió disfrutar de una de las obras cumbres de la humanidad, mucho más importante para ésta que las ridículas figuras geométricas egipcias o esa patética estructura de fierros entrecruzados que afea Paris.



La Conjura de los Necios no inauguró la literatura que narra las historias absurdas de un grupo absurdo de personajes dentro de un entorno manifiestamente absurdo, pero sí llevó este conjunto de absurdidades a un paroxismo de perfección que difícilmente será alcanzado alguna vez (ni siquiera el Autoestopista Galáctico de Douglas Adams podría hacerle un poco de sombra). Por eso, luego de semejante novela, el recurso de crear una historia mezclando despropósitos sociales, personajes caóticos, critica social y chispazos autobiográficos siempre nos dejará un gusto a poco.


Pero hay momentos en que la culpa no es de La Conjura de los Necios, sino del mismo libro que tenga a mal leer, pues a pesar de mi fanatismo por lo disparatado, existen historias que al terminarlas me dejan tal sabor a hiel en la garganta que me veo tentado a quemar mi Sony Reader PRS T1 y regresar a la prehistórica lectura en papel, para darme el impagable gusto de limpiarme el culo con las páginas de una bazofia monumental como la que nos regala el prolífico Alberto Vásquez-Figueroa luego de las primeras cuarenta páginas de su libro "Alí en el país de las maravillas". Ya el nombre me decía que no debía leerlo, pero que se puede hacer, la tentación por la estupidez y por las minifaldas me ha puesto en miles de aprietos a lo largo de la vida y ya estoy muy viejo para cambiar ahora. La historia trata de un beduíno idéntico a Bin Laden (q.e.p.d) quién es raptado por una agencia de inteligencia norteamericana para tenerlo como el back up del terrorista, en caso tenga la desdicha de morirse y arruinarle la fiesta conquistadora a Bush, al dejarlo sin MacGuffin, pero un accidente hace que se les pierda en el desierto de Nevada, cerca a Las Vegas y termine viviendo en Beverly Hills, como concubino de una famosa y calenturienta estrella de películas de acción. 


El comienzo de la novela es bueno, el humor es justo, ni exagerado ni ausente, pero se va diluyendo hasta convertirse en un tronco durísimo y panfletario, muy digno de cualquier libro de autoayuda o de Coelho. Las útimas 28 páginas son probablemente lo más repelente que haya leído en los últimos años, si descontamos las leyes anti tabaco, por supuesto.

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