miércoles, 30 de julio de 2014

El Planeta de los Simios 2: Violencia Interracial para Dummies

Ahora que millones de comprometidos protestan activamente contra la masacre de Gaza a través de caritas tristes en sus estados de facebook; o, los más revolucionarios marchan, juntas firmas, hacen vigilias o hasta dedican novenas a la virgen para que socorra a los palestinos (Actos que han demostrado, previamente, su enorme efectividad al hacer de nuestro mundo el oasis de paz e igualdad en que lo han convertido las buenas intenciones), la Meca del cine no podía dejar pasar la oportunidad de ganar algunos milloncillos con la indignación popular; así que, qué mejor que estrenar una película que trata, justamente, del origen del odio interracial; aunque, claro, odio entre monos y humanos, que tampoco es cuestión de indignar a los financistas judíos.

El Amanecer del Planeta de los Simios, sigue la historia del chimpancé César luego de una década de su fuga y del inicio de la gripe simia, que diezmó a la humanidad (que seguramente no calibró la gravedad del asunto, pensando que: "Esta vez no vamos a caer en el cuento de la pandemia para forrar en dinero a las farmacéuticas con nuestro miedo, como ya lo hicimos con la aviar y la porcina"), se ha convertido en el líder de un esbozo de civilización sui generis, en la que el componente pacifista es crucial, lo que se pone de manifiesto en el principal dogma de su pueblo: Simio no mata simio (cuyo precursor es nuestro peruanísimo: Otorongo no come otorongo. Aunque, claro, éste otro dicho se refiere a los nulos intentos de fiscalización de las autoridades por parte de las autoridades, para evitar que algún día se les fiscalice a ellos).

El hecho es que César realiza un trabajo más que aceptable en su mundo intermedio entre la naturaleza salvaje y la civilización, aunque su corazoncito siempre tiende hacia los enemigos humanos. Por lo que, cuando éstos aparecen, después de considerarseles extintos por lo menos un par de años, a pesar de estar viviendo a cuatro kilómetros unos de otros como mucho (Debe ser que sin internet, las distancias son infinitas), decide hacer que su pueblo les ayude a recuperar la luz y, por tanto, el predominio sobre el resto de la naturaleza. Esto no es tomado a bien por todos sus seguidores, en especial por Koba, el bonobo resentido contra la humanidad (sólo porque lo torturaron infinidad de veces cuando era un sujeto de pruebas de laboratorio). Para él, un humano bueno es un humano muerto; por lo que, la colaboración estrecha entre razas para lograr objetivos comunes se le hace tan insostenible como a Estados Unidos la posesión de armas nucleares, en el Medio Oriente, de cualquiera que no sea el Estado de Israel.


Koba se debate entre la lealtad a César y el convencimiento de que aquel está cometiendo un error; mientras, el propio César se debate entre su pasado entre humanos, que le hace ayudarlos, así sepa que el éxito redundará en el restablecimiento de las condiciones anteriores a la plaga, y la lealtad hacia su amigo y su pueblo.

El conflicto entre lo que está bien y lo que está mal; el elegir entre tus propios valores y los colectivos; el apoyar lo moralmente correcto, contra lo racionalmente incorrecto, se presentan casi desde el comienzo de la película y el desarrollo de tan peliagudos temas dura más o menos 43 segundos, antes de convertirse en un bodrio absolutamente predecible, en el que tanto monos como humanos son buenos como la harina de quinua, salvo uno por bando, que son malos muy malos e intolerantes y por su culpa se inician todas las desgracias que pueblan el resto del metraje y justifican la película.

Sin embargo, el argumento Disney parece que no pasó por una censura integral esta vez; ya que, sin querer, han mostrado el verdadero problema: La masa ignorante. Los simios siguen sin despeinarse tanto el pacifismo universalizante de César como los delirios mesiánico catastróficos de Koba (Lo mismo pasa con los humanos, pero esta película trata de monos, por eso no hablamos de esa parte). Ayudan a los humanos y luego los matan sin que, salvo por un mono joven (ya saben, esta juventud descarriada), exista el menor conflicto ético por la masacre desproporcionada. Es más, si bien el justificante del ataque a los humanos es un pretendido atentado terrorista por parte de un humano (¿Les suena a un medio oriente conocido?), esto es una vulgar excusa para desatar la xenofobia tan cara a los cromosomas que compartimos todos los monos; puesto que, cuando César reaparece, nadie piensa: "Abrase visto lo hijo de puta que había sido este Koba, manipulador de mierda"  sino empiezan a hacer los clasicos ruiditos simiescos alrededor de su líderes, mientras ellos combaten a muerte, para saber si seguirán a los neofascistas o al partido pirata. Pero, claro, como son masa, tampoco existe un juicio moral contra ellos, una vez que vence César, pues se sobreentiende la amoralidad de la plebe; lo que resulta más aterrador que cualquier epidemia. 

lunes, 14 de julio de 2014

Oldboy 2013: O cómo convertir el oro en plomo

Luego de reconocer, hidalgamente, que Messi jamás será Maradona (Por lo que este post puede ser considerado spam, o directamente: Basura) volvemos a nuestros temas tradicionales: Sexo, violencia y cubos rubik.

Todos esto se halla en abundancia en Oldboy de Park Chan Wook. Probablemente el filme que más veces haya visto y disfrutado en mi vida, sin tener que condimentarlo con ningún tipo de alucinógenos. La historia nos ofrece un poco de gangster movie a lo Johnnie To, gore extravagante a lo Takashi Miike, las piruetas excesivas de Ang Lee y hasta el romanticismo poético y meloso de Wong Kar Wai. Si eso fuera poco,  tenemos también una tragedia edípica inversa, una clase práctica de alimentación marina baja en grasa y una venganza tratada de tal manera que nos demuestra la torpeza autoral de directores encumbrados como Scorsese en "Cabo de Miedo".
Park Chan Wook significó mi entrada con fuerza al cine surcoreano (Oh sí, existe cine en otras lenguas además del inglés y del español), uno de los más retorcidos e interesantes del retorcido e interesante cine oriental (que es mucho más que pataditas de artes marciales y horrorosas teen movies). 

El mérito del director en haber hecho de Oldboy lo que fue, es enorme. Pero, hubo un tiempo en que pensé que con semejante historia, hasta un realizador de más bajo nivel hubiera logrado una más que decente película. Es por eso que, a pesar de los comentarios negativos (achacados, en mi inocencia, a la pedantería culturosa de los críticos) sentí maripositas en el estómago (como si se tratara volver a ver a un amor de infancia, mitificada en tu consciencia, por el paso del tiempo) cuando supe que se había filmado un remake estadounidense. Es cierto que Hollywood se caracteriza por minimizar cualquier atisbo de originalidad de las versiones que realiza y que simplifica los guiones para que lleguen a ser comprensibles hasta para el organismo mononeuronal más obtuso. Pero ¿y qué? -pensé. Oldboy es tan, pero tan buena, que hasta ganaría un Mundial sin ayuda (como lo pensé de Messi).

Sin embargo, desde la elección del director, empecé a sospechar que las cosas podrían terminar peor que si la historia hubiera sido realizada por Spielberg. Spike Lee es un realizador plano, con un estilo visual aburrido y para quien el humor es cosa de racistas del Ku Kux Klan. Spike se ve a sí mismo como una especie de Malcolm X cinematográfico. Pontificador hasta la náusea, siempre tuvo la virtud de arruinar películas entretenidas con su carga de moralina revanchista. Además, ¿Qué se podría esperar de alguien que critica virulentamente a Tarantino por usar muchas veces la palabra "nigger" en sus películas? Justamente a Tarantino, que es el mayor evangelista del cine asiático en Occidente.

Por si fuera poco, los actores principales tampoco parecían dar la talla: Josh Brolin es un buen actor, pero sin los matices necesarios para representar al torturado Oh Dae-su. Al igual que con el director, su clamorosa falta de humor va en contra del personaje. Y el personaje de Lee Woo-jin para Elizabeth Olsen (la hermana menor de las freaky twins, que parece ser la que se llevó el talento actoral en la familia), cuando era un papel cantado para Chloe Grace Moretz tampoco alegra demasiado. 

Y la esperanza, a pesar de las evidencias (Como con Argentina), se mantuvo hasta el infame momento en que empezó ese bodrio y tuve que echar mano a la bolsa de papel (que siempre llevo conmigo para situaciones como ésta) y vomitar mi indignación mezclada con granos de arroz de la comida vespertina. Spike Lee consiguió convertir una gran película en en una infame y vulgar película de acción ochentera, más propia de Van Damme o Nick Nolte (Hasta se parece a Brolin, éste último) y lo que era una trágica y tortuosa historia se vuelve, por obra y gracia del mercado subnormal al que se dirigen las producciones hollywoodenses, en un producto convencional, con la misma calidad artística que esto

Lo bueno de todo esto es que me hizo olvidar la frustración de la final perdida y adquirí la certeza de que nunca más veré adaptaciones hollywoodenses (Certeza que, por otra parte, me falla desde los lejanos tiempos de Vanilla Sky).

sábado, 12 de julio de 2014

Ahora si La Final: Luego no nos quedara mas que ese aburrido conflicto de Gaza

Cada cuatro años el mundo entra entra en un limbo. Atrás quedan los problemas económicos, las crisis familiares, las masacres y genocidios de toda la vida. Atrás quedan la muerte y la enfermedad, la intolerancia religiosa y la lucha esclavizante por ser el mejor. Al cabo, todo eso nos estará esperando una vez que salga el campeón y se desvanezca el efecto del último chute de heroína televisiva que nos ofrece la Fifa durante un mes (Ya le costará entender a Brasil durante los próximos años que ofrecer no es lo mismo que regalar). 

Así que aquí estamos: A un puñado de horas de la normalidad, de la rutina, de la exasperación, del pleno convencimiento de que lo que no es una mierda, no tardará en serlo. Pero, por primera vez desde que tengo uso de razón, llego a ese último día con la fe intacta, con la adrenalina al cien y el orgullo de no haber hecho el ridículo en mis predicciones. 

Es así que, el país que siento, alienadamente, como propio en cuestiones futbolísticas (mira lo que logras Perú: Emigración fanatiquista), ha llegado a la final. La Argentina de Messi, que me jugó tan feo en el 2010, puede cobrarse la revancha en la última instancia, ya no en los mediocres cuartos de final; y, a pesar de lo que dice la inmensa mayoría, las posibilidades de ver a Messi en el papel de Maradona besando la copa, son muchas.

¿Pero no es Alemania el equipo más goleador? ¿El de la mejor defensa? ¿El del mejor arquero? ¿No es quizás, el fútbol de Argentina tan, pero tan pobre, que ha hecho de ¡Rojo! una de sus figuras? ¿No es que Messi está cansado, viejo, agotado, aburguesado y ya no es ni la sombra de lo que fue alguna vez? ¿No es que el llamado a ser el salvador, Di María, está lesionado? ¿No es que se juega en el Maracaná y los brasileños preferirían moler el Pão de Açúcar y venderlo como tierra para abono a que Argentina campeone en su país?, ¿No es que, por último, el 89 por ciento de la población humana está hasta las narices de la petulancia de los argentinos y considera que lo que les hace falta no es un baño, sino un océano de humildad?

Pues todo es cierto y, sin embargo, por mera repetición de la historia debería ganar Argentina. Ya saben: El tiempo circular, el eterno retorno. Como lo dice Borges (argentino, claro) en un poema: "Los astros y los hombres vuelven cíclicamente". Y en este caso, el astro ha vuelto y acompañado por el mismo grupo de impresentables. Maradona, arreglaba los entuertos del mediocre equipo que le tocó en suerte de la misma manera en que ahora lo hace Messi. Los paralelos entre ambos no quedan sólo allí: Los dos tuvieron un Mundial previo, el de la esperanza, que trocó en absoluta decepción (82 para Diego, 2010 para Messi); ambos tienen un sidekick, un Robin en quien apoyarse cuando se dan cuenta que el resto del equipo está allí sólo para llenar la página del país en el album Panini: Valdano para Maradona(Aunque no tan determinante como Cannigia en el 90) y Di María para Messi. Además, en la parte de atrás del equipo destacaba nítidamente un tal Ruggeri, de la misma manera que ahora lo hace Mascherano. La única diferencia con ese Mundial, sería que Romero se ha convertido en el salvador de los penales, como lo hizo Goycochea en el 90 ¡Hasta se llaman Sergio los dos! y, en esa Copa perdió Argentina. Por eso, salvo ese pequeño detalle, Argentina está predestinado a ser campeón. ¡Hasta el rival es el mismo! 

Y si nos arrancamos la metafísica de encima y nos ponemos pragmáticos (Especialidad alemana, por otro lado), también deberíamos dar por favorito a Argentina, pues si Messi no ha brillado en los últimos partidos, es porque los rivales han renunciado a cualquier tipo de ataque para evitar que se les escape, lo que es equivalente a gol, en su caso. Prefieren, claro, la lotería de los penales. Alemania es demasiado orgullosa para hacerlo así. Los teutones van a intentar pasar por encima, como con Brasil, con su fútbol exquisito. Y esos metros que necesariamente regalarán a la Pulga, serán suficientes para consagrarlo como leyenda. 

Y luego del festejo, claro, ya tendrán tiempo los medios de buscarnos otro entretenimiento para olvidarnos de Gaza y seguiremos felices con nuestro circo (que el pan ya no es tan fácil que los lo inviten)

domingo, 6 de julio de 2014

Ya en semifinales: Holanda, Alemania y Luchito Suarez.

Ya casi hemos llegado a la final y como no hemos tenido tiempo para hablar de los dos semifinalistas europeos, ni del equipo revelación del torneo, ni del equipo decepción, ni del goleador, ni del mejor jugador hasta el momento, ni de las lesiones ni de Luchito Suarez; vamos ha tratar de abarcarlo todo en un solo post.

Alemania
Si hay una palabra que debería agregarse al diccionario como sinónimo de ganador, es alemán. Incluso luego de haber sido partido en dos, literalmente, el país ha logrado sobreponerse y seguir siendo la mayor potencia europea (A diferencia del Perú, que sigue lamiéndose las heridas de la guerra con Chile de 1879 ¡Que si tuvieramos, todavía, Tarapacá, seguro clasificabamos al Mundial!). Los germanos saben sobreponerse a las derrotas como nadie, y más, cuando estas son catastróficas.

Es por eso que, cuando Alemania fue vapuleada en el Mundial del 98 por Croacia, se dieron cuenta que el fútbol de fuerza y de potentísimos centrodelanteros  había terminado. Había que empezar de nuevo, como siempre; crear un nuevo estilo de juego para recuperar la vieja gloria; y, como siempre , lo hicieron de la mejor manera. El fútbol vistoso, de toque rápido, de gambeta precisa y picardia bávara empezó a destacar, claramente, contra el juego rácano, deslucido y ultradefensivo que caracteriza a los su brasileños de la nueva era. Jugadores como Ozil, Goetze, Kroos, Muller  (no nos olvidemos de Reus, que no está convocado) y tantos otros, son los Atreyus que luchan contra la nada que representan Fred y compañía (Recuerden que Neverendind Story es alemana). Si el fútbol profesional fuera un deporte y no la gallina de los huevos de oro de la Fifa, la semifinal no se jugaría y Alemania accedería directamente al último partido.

Holanda
Si hay una palabra que debería agregarse a diccionario como sinónimo de perdedor es neerlandés. Esa condición es tan evidente, que ni siquiera se les conoce como tales, sino que todo el mundo les dice holandeses (Como que a los españoles los tratáramos de castellanos). Los Países Bajos no se conforman con la mediocridad de no clasificar; ellos ilusionan, juegan bien, tocan el balón y, algunas veces maravillan, para perder de manera lamentable en los minutos finales. Su capacidad para ser segundos los ha mantenido a la sombra de las verdaderas potencias europeas. Les pasa en el fútbol, les pasa en la vida. Ni siquiera su progresismo al tratar el consumo de marihuana o la prostitución son lo que fueron algún día. Lo mejor para ellos, sería perder contra Argentina, para que, de esa manera, quede abierto el resultado de la final; la que de otra manera, sería un regalo anticipado para el ganador de la otra llave.


El Equipo Sorpresa
Sin lugar a dudas, Costa Rica. El equipo modesto de un país casi ahistórico (ya sabemos: Historia=Guerras y ellos ni siquiera tienen ejército) ha logrado lo impensable, una auténtica revolución en el fútbol: Convertir un deporte colectivo, en el que usualmente participan once jugadores por equipo, en un acto individual, en el que once jugadores rivales tratan de meterle un gol a un portero. Keylor Navas no es el mejor arquero del mundo, pero nunca nadie, ni Maradona, ha estado tan inspirado y ha sido tan decisivo en un Mundial. Probablemente lo fiche un gigante europeo a una millonada, para sentarlo en menos de un mes y lamentar lo fácil que caen en el marketing de la Fifa; pero nadie le quitará, jamás, lo tapado.

Luis Suarez y otras incorrecciones
Luchito tiene un problema. No sabemos si es canibalismo, un trastorno obsesivo compulsivo o simple estupidez, pero nada tan grave como para merecer el exageradísimo castigo de la Fifa. Esa institución se ha convertido en un verdadero monstruo, adalid de ese gran mal que aqueja a la sociedad moderna, como es la corrección política. La hipocrecía de la Fifa, vendiendo la idea de igualdad, felicidad y amor sin límites que es el fútbol, contrasta con la realidad de desastres económicos a los que contribuyen directamente sus actividades. Este Mundial le ha costado 63 700 millones de dólares al gobierno brasileño (Entre inversiones públicas e inversiones indirectas), lo que no ha pasado desapercibido para el pueblo más futbolero del mundo, que no es, como se ha observado con las muchas protestas, el más estúpido del mundo. Sin embargo, sus turbios manejos financieros, comparables a los del Vaticano, palidecen ante el título de "Árbitro de la moralidad" que se ha arrogado en los últimos años. 

Con tanta banderita del fair play, canciones de ritmos latinos y publicidad lacrimosa, parece que se ha olvidado la esencia del deporte profesional, que es la canalización de la violencia masculina en tiempo de paz. La masa busca sangre, pero cuando no hay guerras se necesita un sustituto y eso lo brinda el deporte, particularmente el fútbol. Los colores de tu equipo reemplazan, efectivamente, a los de tu señor feudal y tu patria luchando con otras es una versión remozada de una guerra mundial.

No somos más que primates violentos y nos matamos a golpes o jugamos a hacerlo y, como en toda guerra, todos los monitos queremos colaborar con nuestro granito de arena en la batalla. Ya sea reventándole el cerebro a un niño desarmado en Afganistán o gritándole puto al arquero del equipo rival. Es lo que hay. 

Particularmente, considero menos peligrosa la agresión futbolera que la militar y pensar que porque prohíban a la masa gritar "negro de mierda" o "maricón" va a acabar con los prejuicios y nos va a convertir a todos en ejemplos de tolerancia. Es como esconder la mugre bajo la alfombra. Pero, claro, lo importante no es el problema en sí, sino las expresiones superficiales: Qué importa mi profundo odio al diferente, que importa si no se me educa para cambiarlo. Lo importante es que no se vea en la televisión. 

Es más, es aún mejor que no tenga forma de canalizar mis frustraciones de trabajador de sueldo mínimo, subeducado e hipermanipulado por los medios para poder servir de carne de cañón en la próxima guerrita en la que se inventará un noble propósito para morir en aras del enriquecimiento del amo de turno.

Pero eso no importa, el fútbol es un negocio y si el mercado dice que la corrección política está in y los hoooligans out, pues así debe ser y a mover las caderas al ritmo de Jennifer López y a golpear a nuestros hijos en privado para no tirar plátanos en las canchas.

¿Qué no hay que permitir expresiones racistas, homofóbicas ni ningún tipo de intolerancia en un espectáculo deportivo para ser mejores personas? Si lo piensas, me retracto, quien sufre de estupidez, no es Luchito Suárez, eres tú. Si realmente llegaramos a ser tolerantes ya no necesitaríamos espectáculos deportivos profesionales.