viernes, 21 de febrero de 2014

Carrie: ¿Terror glam o propaganda subliminal republicana?

Empiezo este post con una declaración de principios: Odio la "Carrie" original. Es más, la considero tan mala, evidente, sobreactuada y cargada de detalles innecesarios como "The Shining"; y, a Brian de Palma, tan sobrevalorado como el mismísimo Kubrick. Pienso que Sissy Spacek fue una terrible actriz, tan horrorosa como Shelley Duvall; y, ni qué decir de lo ridícula que se veía a una mujer de 27 años (aparentado aún más) desesperada ante la hemorragia de su primera menstruación. ¡Casi como si viera a Charlie Sheen haciendo "Virgen a los Cuarenta"! 

Reconozcamos que tal vez fue impactante en su momento, por el magro desarrollo de la fluidez audiovisual en los setentas (aunque nos tengan enfermos con eso de que todo tiempo pasado fue mejor y que el cine murió con John Ford y en adelante sólo se veía películas en espera del advenimiento de las series de TV); pero es imposible negar que la vejez de "Carrie" es desastrosa y si algo la salva del olvido más absoluto, es la abundante cantidad de piel desnuda en escenas absolutamente gratuitas, como corresponde a la década que popularizó el porno, que nos hunde en una profunda nostalgia por un mundo que no conocía el sida, y que la mayoría de nosotros no llegó, jamás, a disfrutar. Pero eso no es mérito del filme, puesto que casi todos mostraban bastante carne, ya que el cine era cosa de adultos y la post producción no se preocupaba en buscar una censura suave, que permitiera llegada de preadolescentes cargados de por corn, en tropel a la sala de cine. Era un negocio mucho más amateur y eso se notaba mucho. 

Entonces, la pregunta es: ¿Era necesaria esta adaptación?. Pues podríamos decir que no, que tampoco la novela de Stephen King es para tanto, y además, todos ya sabemos en qué termina la historia; así que, ni siquiera existía el elemento sorpresa de la original. Pero, por otro lado, ya hemos dicho que el cine ha llegado a un nivel de industrialización tremenda, en el que casi todo funciona a la perfección, salvo los guiones, porque ¡Oh, tragedia! la creatividad no puede conseguirse con la sobre explotación laboral de niños asiáticos. Además que, ¿Para qué arriesgarse a mostrar una historia interesante y nueva, si está más que comprobado que no es eso lo que quiere el público? Sino, ¿Cómo explicaríamos que las comedias románticas sigan siendo las apuestas más seguras en cualquier multicine o que las películas más vistas en la historia sean Avatar y Titanic? Pero aún hay algunos depravados que no buscan el triunfo del amor en el cine y, por muy grande que sea su perversión, también compras bebidas gaseosas, nachos y palomitas, así que hay que darles algo, como "Actividad Paranormal 118" o "Aquamán 27"; pero, hasta los superhéroes y los realities de terror llegarían a saturar en algún momento sino hubiera algo más que darles entre entregas. Es aquí donde entran a tallar los remakes: Apuesta segura, pues si antes funcionó, seguramente lo vuelve a hacer; ahorro en guionistas, para gastar más en efectos especiales; y, una pequeña dosis de polémica al compararla con la original esos cinéfilos nostálgicos que aún se masturban con Audrey Hepburn.

Este es el momento en que algún lector desesperado (malacostumbrado, quizás, a la agilidad de nuestra prosa) preguntará: ¿Es que no piensan hablar jamás de la película? Así que pacientísimo fanático del Períodico de a China, no te atormentes más, ya hemos llegado a lo que esperabas: Los spoilers.

domingo, 16 de febrero de 2014

Benedetti: La primavera tiene una esquina rota cuando se acerca el invierno.

 A veces solemos olvidar que antes de la caída del muro de Berlín, conocido también como la post edad media o el interregno pre twitter, existía una literatura política altamente comprometida, ideada fundamentalmente por escritores altamente comprometidos; pero no con compromisos ecológicos del tipo: salvemos a la rana gigante del Titicaca o zoohumanizadores como: Dona un riñón para hacer feliz a un perrito.

Su compromiso, por muy rancio y anacrónico que nos suene, era con nuestra propia especie. Muchos de ellos creían sinceramente en que la lucha contra los poderes fácticos era una obligación moral y la búsqueda de la igualdad, una necesidad improrrogable. Claro que ellos no vislumbraban, ni en sus sueños más alocados que algún día podríamos llegar a estar en contacto con el american dream de consumo, a tal punto de considerarlo como propio, y renunciar a cualquier derecho laboral (como esa manía musulmano-terrorista de crear sindicatos o esa necesidad de vagabundo barriobajero de tomar vacaciones anuales), en aras de la competitividad que nos permitiría comprar lo mismo que se compra en las mejores ciudades de Europa y Estados Unidos. Imaginen que ni siquiera consideraban la posibilidad de gastarse el 30% de su sueldo en un seminario de liderazgo para garantizar el triunfo sino que hasta llegaban a barbaridades como juntarse a tomar un trago y hablar ¡oiganlo, bien! sobre literatura, arte y qué hacer para cambiar el mundo! ¿Pueden creerlo? 

Naturalmente, la existencia de ese componente político hacía que la mayoría de aquellos escritores mostraran una imaginación contenida (opuesta, sobre todo, a los desbordantes delirios del realismo mágico)
y una estética cuidada pero poco ostentosa, casi siempre al servicio de la ideología. Por ello, uno siempre sabía cuando un personaje era bueno o malo, casi como en las telenovelas (y casi siempre era malo si era rico, militar o de derecha; mientras el héroe, un 95% de las veces, era un aspirante a escritor dedicado circunstancialmente al periodismo y con una enorme tendencia al debate filosófico literario en burdeles, al buen estilo griego clásico).   

Esta novela comprometida fue crucial en la literatura latinoamericana de la segunda parte del siglo XX; pero luego de la caída de la mayoría de régimenes socialistas y la reinvención del comunismo chino que mantiene de su antecesor el control de los  medios, la censura, la falta de libertades y la concentración de poderes, pero se deshizo de la pesada carga que significaba la búsqueda de la igualdad; la mayoría ha entendido que la utopía social es sólo eso y que las opciones son dos: O te insertas en el mercado o te vas a la mierda. Y que dentro del mercado igual te irás a la mierda, por el vacío emocional que eso conlleva. 

Así, literatura del siglo XXI tiende mucho más al nihilismo, la soledad y el individualismo antisocial; por mucho que en algunos países de latinoamérica, la mayoría de aspirantes a escritores sigan anclados en repetir la vieja fórmula, para lo que ambientan sus historias en ese pasado legendario, en el que no había celulares y la violencia de Estado era el enemigo a vencer, aterrados de escribir una historia que no esté ambientada en ese mundo con el que sueñan y que sólo conocieron de oídas.

lunes, 10 de febrero de 2014

Mujica: Despenalizando la hierba alcanzarás el Nobel


 El premio Nobel de la Paz se parece a los Óscars en que casi nunca gana quien se lo merece, sino quien tiene mayor repercusión mediática. A nadie sorprende, por tanto, que el premio a mejor película de la Academia tenga más en común con los Kids Choice Awards que con un festival cinemátográfico medianamente serio; como, tampoco, sorprende que al pacífico Nobel se haya nominado al teddy bear incomprendido de Adolf Hitler o lo hayan ganado un futbolista playboy burócrata llamado Henry Kissinger (que cuando no estaba pateando un balón o buceando bajo las faldas de las más encantadoras doncellas del momento, solía preparar golpes de Estado en naciones salvajes como Chile, Uruguay o Indonesia, para obsequiarles la redentora civilización de la mano de militares neo fascistas); un presidente estadounidense como Obama (cuyo único mérito parece haber sido negro, pues no acabó guerras antiguas, inició nuevas guerras y Guantánamo...bien, gracias); un candidato a presidente, Al Gore, que ni siquiera pudo ganarle unas elecciones al sociopata fundamentalista de George W. Bush (y gano a pulso su nominación al practicar el ONGero deporte de forrarse en dinero con charlas medioambientalistas, que tan de moda están); un conglomerado de naciones, la Unión Europea (que entre sus mayores éxitos cuenta con la explosión de un buen puñado de burbujas inmobiliarias y la cerrazón permanente de sus fronteras a los sucios bárbaros del sur que no cuenten con ingresos equivalentes a los norteños, además de su gran esfuerzo por combatir la sangre con sangre, como toda la vida).

Por tanto, el hecho de que un grupo de diputados del partido oficialista uruguayo lo haya nominado al innoble premio, no debería sorprendernos por lo exagerado de la adulación, rayana en el ridículo de un Nicolás Maduro X cuando hablaba de un Hugo Chavez cualquiera, puesto que los prohombres de la patria, como buenos congresistas sin importar su nacionalidad, representan los más profundos valores de nuestras democracia y, por eso, valen su peso en materia fecal. Como digo, nadie se sentiría asombrado por una acción como esa o por querer declarar feriado nacional el día del onomástico del ilustrísimo presidente de turno. 

Lo sorprendente en este caso, es que Mujica representa todo aquello que va en contra de los valores judeo cristianos de la actualidad: Despenalización del comercio de la marihuana, aprobación del matrimonio homosexual, aprobación de la ley del aborto; además, de sus virtudes personales como ser un ex guerrillero marxista y mantener, abiertamente, una actitud anticonsumista que puede resultar chocante para muchos (no hablemos ya de la donación del 80 por ciento de su sueldo a un fondo de vivienda para necesitados o a su renuncia al lujo del palacio presidencial para habitar en una modesta casita de campo -que puede verse hasta cool, en estos tiempos de revival del socialismo de clase alta-
sino de algo que suele asquear hasta al rojillo más culturoso, como es su pésimo gusto al vestir, estilo campesino que va al juzgado de paz, que hace ver como un par de dandis de la alta costura a Evo Morales y a Kim Jong Un.