jueves, 5 de abril de 2012

John Carter: ¡Que sí! ¡Que hay vida en Marte aunque las sondas digan lo contrario!

A finales del siglo XIX , el espacio exterior era un lugar mucho más fascinante de lo que puede ser ahora. La inexistencia de cualquier tipo de industria aeroespacial permitía que las historias extraterrestres más delirantes pudieran tomarse como ciertas y exacerbaran la imaginación popular. Desde autores de ficción como H.G. Wells con su "Guerra de los Mundos" hasta astrónomos como Percival Lowell en “Marte como morada de la vida”, eran muchos los que aseguraban la existencia de vida inteligente en el planeta rojo y, casi siempre, se daba por descontado que la suya era una civilización mucho más avanzada que la nuestra.
Eran tiempos más inocentes (al menos el ciudadano de a pie, que como estudiante de postgrado de humanidades contemporáneo  y progresista, creía en la bondad natural del ser humano), anteriores a las dos guerras mundiales,  en los que empezaba a desarrollarse la idea de "occidente" como el conjunto de valores conocidos y representante de las verdaderas "virtudes humanas" y en donde los Fukuyamas del momento seguramente irían por calles y plazas prediciendo el "fin de la historia".
Sin un enemigo real o, al menos, tangible, la idea de "nosotros" corría el riesgo de resquebrajarse y como aún no se había inventado al "demonio comunista" como depositario de todos los males y perversiones del mundo, tuvimos que recurrir al espacio exterior para importar un enemigo inmensamente poderoso y amoral cuyo único móvil era el beneficio económico, sin importarle el destino de las cultural "inferiores". Esos Estados Unidos de la maldad, fueron, por supuesto, los marcianos.
La misma premisa se utilizó cien años después, luego de la caída de la URSS y la venida de ¡ahora sí el original! Fukuyama. Sin enemigos evidentes para para la ya madura "sociedad civilizada", echamos mano del espacio nuevamente con un boom de películas de aliens cuyo aterrador pico se alcanzó con la infame "Día de la Independencia", hasta que la tragedia del 11 de setiembre se encargó de definir como el nuevo engendro del mal al islamismo, absolutamente dispuesto a acabar con nuestra democrática civilización.    
Pero volvamos a aquellos tiempos pretelevisivos y veremos que uno de los autores más importantes del momento, Edgar Rice Borroughs -el J.K. Rowling de la época victoriana y creador de Tarzán para mayores señas- no podía quedar al margen de la moda espacial, por lo que, no sólo adelantándose sino también superando a la madre de Harry Potter y sus exiguas cinco entregas, legó para la humanidad diez (sí, leyeron bien: diez) historias marcianas, las que tuvieron como uno de sus personajes principales a un ex soldado de la guerra civil estadounidense del lado confederado (o sea los retrógradas que querían mantener la esclavitud sin entender que el futuro iba por los asalariados a remuneración mínima) de quien no se sabía mucho más, salvo quizás una probable inmortalidad y su capacidad para aparecer en pleno planeta rojo sin sorprenderse más que si le hubieran cambiado el horario a un par de series de la Fox.
Es este personaje el que rescata Disney (probando su ya conocida originalidad) en la película que se titula, como no: "John Carter" y que se basa, casi en su totalidad, en la primera  entrega de la ¿decalogía? de Borroughs: "Una princesa guerrera". 
La película, aunque pensada claramente en contentar a un público muy infantil, no es tan mala como uno esperaría, especialmente luego de estos cien años en que la mayoría de prepúberes saben que el pequeño planeta vecino tiene tanta vida como destinos turísticos, Afganistán. Curiosamente lo clásico no se siente rancio a pesar de mantener la parte de la historia ambientada en la Tierra en el tiempo de la novela (cosa que no hacía, con pésimos resultados, el bodrio de "War of the Worlds" de Tom Cruise) y, a pesar de lo largo del metraje, se hace llevadera (Quizás ayude un poco a tal objetivo, la buena cantidad de piel que muestra constantemente cierta roja princesa).
A pesar del resultado pasable (que cuando se habla de Disney ya es decir mucho, y sí, me refiero también a Pixar aunque me caiga el Universo culturoso encima), es necesario decir que existe una adaptación previa mucho mejor lograda y con un personaje que calza mucho mejor en la piel de John Carter. Estoy hablando, si alguien aún no se ha dado cuenta, de Planet Hulk, la adaptación definitiva de aquella historia.