lunes, 21 de noviembre de 2011

Amanecer: Cuando el amor rompe camas y paredes

El cambio nos aterra como especie. Muchos de nosotros no hemos cambiado de novia en la vida, no por amor, sino por simple miedo a lo que pueda suceder luego. Las transformaciones las aceptamos de mala gana y, si de nosotros dependiera, las sufriríamos poco y nunca. Esta verdad universal se aplica en las relaciones de pareja, en tu vida laboral, en tus aficiones, en tus amistades de toda la vida y hasta en el lado de la cama que escoges para dormir.


Pero parece ser que esto está cambiando a pasos agigantados, pero ¿Cómo es que nuestra raza ha logrado tantos progresos en un período relativamente corto de tiempo de la historia? ¿Es que hemos evolucionado al del homo sapiens al homo soyunmachusaventurerusquemecagoentodus, para quién lo nuevo y lo desconocido son las más irresistibles feromonas?

viernes, 18 de noviembre de 2011

Alí en el país de las maravillas: John Kennedy Toole se nos moriría de nuevo

En la colonial y siempre afrancesada Louisiana (aunque el francés sólo lo hablen turistas) un extraño gordo con orejeras y un espíritu antisocial rayano en lo patológico, se ha convertido en uno de los símbolos más reconocidos de la región. El tipo, abyecto por demás, merecería el oprobio de la sociedad en su conjunto, de no ser por la particularidad de no haber existido más que en la FANTÁSTICA (y aquí, como sabrás buen lector, en este periódico de a china, "mediocre" ya suele ser un calificativo positivo) novela "La conjura de los necios" de John Kennedy Toole, otro tipo raro (este sí muy real), de quién uno piensa que jamás salió de su estado natal (ni de su casa, en realidad) como una especie de Lovecraft, pero que sin embargo llegó, incluso, a vivir en Puerto Rico cuando servía para el ejército. 


El bueno de John no tenía mucha tolerancia a los fracasos, así que cuando su novela fue rechazada por un puñado de editores, no se le ocurrió mejor idea que matarse.


Debido a esa decisión alocada de juventud, la humanidad hubiera corrido el riesgo de no haber disfrutado jamás de las aventuras de Ignatius J. Reilly, pero la constancia de su madre (la señora Toole, no Reilly, que también era una madre ejemplar) le permitió alcanzar la gloria póstuma (que muy poco le importará al escritor pero que tanto bien nos hace a los demás) y, sobre todo, nos permitió disfrutar de una de las obras cumbres de la humanidad, mucho más importante para ésta que las ridículas figuras geométricas egipcias o esa patética estructura de fierros entrecruzados que afea Paris.