domingo, 24 de abril de 2011

Glee: ¿Una serie sin extraterrestres ni policías? ¡Dónde hemos llegado!

Hubo un tiempo en que las series de televisión eran sencillas excusas para pasar un rato con el cerebro en posición de stand by. No había necesidad de analizar complicadas tramas. No te quedabas pensando en las razones que llevaban a una isla a cambiar constantemente de ubicación, ni perdías valiosas noches de sueño intentando descifrar la compleja dicotomía que presenta el comportamiento del protagonista de la serie de las nueve. Las historias eran sencillas; duraban lo justo: un capítulo -o cuanto mucho un "continuará" la alargaba por uno más; siempre sabías que los buenos lo eran por actitudes y por estética, y los malos, siempre serían feos y muy malos. 

Es así como la pequeña pantalla se convirtió en infaltable elemento de nuestras vidas. Era tan simple como encenderla y dedicarte a hacer cualquier cosa mientras captabas el par de ideas suficientes como para saber de qué iba esta vez el capítulo de tu serie. No era sólo una manera de perder tiempo, sino también de utilizar lo menos posible las interconexiones neuronales generando un descanso integral que era mucho más profundo y reconfortante que el mismo sueño.

lunes, 18 de abril de 2011

Tribus Urbanas (4): Mujeres Modernas

Aunque haya quien considere que el origen de la moderna mujer urbana se halla en los remotos años sesenta, en la liberación sexual y en la quema de sujetadores; nada más lejos de la tribu que hoy nos ocupa que aquella ilusa fémina que predicaba la ruptura de ataduras morales, el sexo colectivo y sin falsos pudores o la comuna en reemplazo de la familia. Pretender una relación de ascendencia entre estas dos especies, es tan equivocado como suponer que el homo sapiens proviene de los  neandertales o que el modelo económico chino ha evolucionado a partir del maoísmo.

Podemos hallar el verdadero origen histórico de tan peculiar especie, en las postrimerías del siglo veinte y los primeros años de este nuevo siglo. La tragedia contemporánea Sex and the City, fue un punto de inflexión en la forma de percibir, y percibirse, al mal llamado sexo débil. A partir de la serie, y sus posteriores,  e inolvidables, películas, millones de mujeres en la Tierra descubrieron lo que ya era una verdad a gritos: Las ocupaciones tradicionales del género femenino como criar hijos, atender maridos y dedicarse a los quehaceres domésticos o, cuando mucho, tener una carrera complementaria a la de aquél, se hallaban desfasadas. La mujer había alcanzado un punto de desarrollo en el que, no sólo debía de renegar de esas ocupaciones indignas -que ahora pasaban a ser labores de inmigrantes -o del proletariado. en el mejor de los casos- sino que debería atender a su desarrollo individual por encima de todo.

miércoles, 13 de abril de 2011

Clásicos del Futuro: La Mala Educación que caracteriza a Almodóvar

Hay peliculas que agreden tu dignidad como el más feroz conchatumadre. Y no hablo de las sosas comedias románticas estadounidenses (Que serán malísimas, pero ya sabes a lo que te enfrentas cuando decides verlas, pues engañarte, no lo van a hacer jamás), ni a películas basofia que te dejan un regusto a ternura como la inmortal “La Maldición de los Ccarjachas”, (una de las películas de terror más desternillantes de todos los tiempos).

Me refiero a esas películas que hieren susceptibilidades de abuela (incluso de nieta) para suplir sus carencias, que buscan impactar para esconder su pauperrimidad y tienen la concha (y la de su madre) de hacerse pasar por obras de arte. Esos filmes que nos obligan, mientras salimos embaucados del cine, a hablar de nuestro encuentro personal con el último demonio exorcizado por el geniecillo de turno quien nos ha hecho descubrir los complejos recovecos del alma humana, al mismo tiempo que sabemos, íntimamente (pensamiento que seguirá en la clandestinidad hasta que una borrachera de esas con diablos azules de sinceridad nos desenmascare) que hemos contemplado una completa y absoluta mierda.

miércoles, 6 de abril de 2011

Clásicos del Futuro: Titanic o el naufragio del cine

Cuando Titanic fue estrenada, millones de amantes del cine de acción se dirigieron presurosos a las salas. Las esperanzas puestas en el gigantesco buque como escenario para un filme de James Cameron, eran inmensas. Es así que los fanáticos soportaban estoicamente los insufribles minutos iniciales donde sólo se descubre el barco y a una viejecita, que parece haber sido Kate Winslet en su juventud, porque todos sabían que en cualquier momento aparecería Schwarzenegger -fusil de retrocarga en mano- a descabezar a cualquier irlandés que pudiera ser el líder de la futura resistencia -lo que explicaría tanto las razones del hundimiento, como la presencia en los créditos del Justin Bieber de la época: Leonardo Di Caprio.
Conforme pasaba el tiempo, algunos -los más avispados- iban descubriendo que sus vecinos se encontraban plácidamente dormidos en sus butacas y que, quizás, nos habíamos equivocado de sala y habíamos caído en plena maratón de películas románticas. Justo cuando nos disponemos a irnos, aparecen en pantalla las tetas de esa gordita, que tiene un cierto parecido con Kate Winslet, por lo que decidimos darle otra oportunidad a la película. Además, el que le sea descaradamente infiel al novio malo malísimo, con el Justin Bieber del proletariado que viaja a América para alcanzar sus sueños (O audicionar para American Idol), nos permite odiar, más aún, al clon estúpido de Macaulay Culkin a quien hubiéramos querido lanzar por la borda en el inmortal momento en que instituye un gobierno globalizado y se auto denomina monarca de este novísimo macro estado. Empezamos a contar los minutos, o las horas -que me parece dura 127 de ellas- que deben faltar para que aparezca el Terminator a finiquitar al galán de un balazo entre las cejas; cuando, de pronto, el barco se hunde, la gente se muere, algunos se salvan y Di Caprio se congela de manera tan heroica y romántica que ya algunos deciden prender fuego a la sala. Los demás no hacen nada por impedirlo. Las quemaduras de tercer grado son preferibles a la sobre exposición azucarada que acabamos de presenciar.

Varios años después, el odio de una generación de frikis hacia Cameron era inalterable. Al menos, hasta que llegó Avatar y muchos de ellos, engolosinados por los efectos especiales y cuyas secuelas titanescas eran sólo superficiales, lograron volver a su redil. Los demás, celebramos orgiásticamente que su bodrio azul perdiera el Óscar contra: ¡Su ex esposa! Millones de estafados nos sentimos reivindicados cuando Kathryn Bigelow levantó la estatuilla dorada y, finalmente, pudimos descargar nuestra furia fílmica.

sábado, 2 de abril de 2011

Especial Zombie (4): El Camino de la Cabra

El primer libro de zombies de la historia, la Biblia, ya dejó en claro que cuando el Juicio Final llegara, los muertos se levantarían. El asunto no era saber si sucedería (pues como todos sabemos, el Libro Sagrado no contiene ninguna alegoría, sino la verdad completa y sin medias tintas, por más seudocientíficos que nieguen el "Diseño inteligente"), sino cuándo pasaría. La literatura de zombies es, entonces, algo que excede la ficción, pues su verdadera finalidad no es el entretenimiento, sino teorizar sobre lo que sucederá cuando llegue el inevitable apocalipsis.

El Camino de la Cabra es quizás una de las primeras, sino la primera novela que no rehuye la connotación religiosa de la plaga. Los muertos vivientes son dirigidos por los pastores del Culto, quienes usan ese poder, y a sus miles de fieles, para terminar el trabajo que la divinidad empezó: El fin de la raza humana. Sabemos de sobra que en tiempos de crisis, la fe suele adquirir renovados bríos; profetas, santos y evangelistas adquieren un nivel de popularidad que ya quisiera para si la misma Lady Gaga y conceptos como democracia, libertad de creencia, igualdad o humanismo se convierten en términos subversivos que pueden condenarte a la lapidación si los depositarios de la fe logran oírte. El poder secular palidece y el gobierno -que suele basar su poder en la manipulación de los medios de comunicación- flaquea o, sencillamente, desaparece.