sábado, 27 de febrero de 2010

Avatares de la vida

No he visto Avatar, ni la pienso ver a menos que alguien me invite a verla en el cine Imax de Guangzhou (el más grande de Asia), porque quiero impresionarme a lo bestia con una película que no es para tanto. Me asombra como hace James Cameron para vendernos sus historias trilladas como novedades, es como comprar un mp3 Akita en un estuche de ipod touch y quedar maravillado por las prestaciones que sólo Apple te brinda. Es como en el cuento en que te venden una camisa invisible y todo el mundo la alaba. Ya me pasó con Titanic. Cuando terminé de verla salí inmediatamente a la calle a decirle a todo el mundo que Leonardo del Carpio no era en verdad el rey del mundo; que por favor abandonaran los postres unos meses porque tanta azúcar de esa película seria intolerable a la larga; que la gordita esa (que luego se convertiría en la hermosísima Kate Winslet) estaba mejor vestida que con el torso desnudo. Pero nadie me hizo caso, aparentemente era una película que había recuperado el encanto y donosura del Barranco de Chabuca, o del Hollywood dorado, que para efectos prácticos son lo mismo; una historia profunda que combinaba elementos de drama, comedia, critica social, folklore irlandés, heroísmo, malomalismo del de antes y un sinfín de bondades que, para ponerle la guinda al pastel, contaban con los efectos especiales más espectaculares del momento, que te ponían la carne de gallina. Como si estuvieras allí hermanito -me dijo alguien. Hasta sentí que me empezaba a ahogar – me dijo otra. La cosa es que reventó las taquillas mundiales, arrasó con los óscares y al poco tiempo pasó al cuasi olvido reservado a joyas de similar valor fílmico como American Pie o Forrest Gump. Ya nadie reconocía que le gustaba, fue degrada a “Girly movie” y los miembros de la Academia trataron de mostrarse más recatados en sus arrebatos adolescentes desde ese momento hasta que Cameron vuelve a la escena y ¡oh, maravilla! Una película critica del sistema capitalista, que nos habla de amor (del verdadero), de redención, de ecología, de la comunión con la naturaleza y del odio que genera el progreso desmedido, de davides y goliates, de malos malísimos como los de antes, de william wallaces y pocahontas azules. Una historia que de por sí es maravillosa y cuenta, por si no fuera suficiente, con los efectos especiales más impresionantes del momento. -Como si estuvieras allí, hermanito -me parece escuchar en un deja vu cargado de nuevas nominaciones al Oscar y destrucciones impías de taquillas mundiales. ¿Cómo lo haces, Cameron?, ¿o has vendido tu alma al diablo como Federer? Ejerciendo de vidente, les aseguro, generosos lectores, que la mayoría de ustedes en un par de años negarán su gusto desmedido por Avatar, como Pedro negó a Cristo.

H.P.

Yo pude ser futbolista

En verdad siento que pude ser futbolista profesional, al menos en el Perú, porque siempre me gustó el deporte pero nunca practicarlo; mi vocabulario es limitado y cuando me expreso verbalmente sólo atino a soltar frases del tipo: somos once contra once msdak flajsfjas fjalsdfj lal no hay equipo chico alkdjf hay que seguir esforzandose lklkñl, lo que me pasaba desde niño sin importar si estaba dando la lección de matemáticas en el colegio, hablando de religión con mi abuelita o intentando conquistar a una vecina. Lo bueno es que esas son frases comodín y si las usas con la entonación apropiada puedes llegar a hacerte entender sin problemas e incluso llegar a tener un programa en la tele como le pasó a Maradona. Pero sigamos con mis virtudes para el fútbol: Me encanta la vida nocturna; así le apunte veinte veces al arco vacío, voy a fallar todas; tengo debilidad por las mujeres de caderas amplias, reputaciones dudosas, nombres ampulosos y que tengan la misma impericia expresiva que yo; no tengo reflejos; no sé cabecear; no tolero la presión; odio despertarme temprano; no puedo decirle que no a tentaciones humeantes ni polvorientas; no tengo hambre de triunfo, es más, podría considerarme un asceta en ese aspecto; o sea que sin haber podido tener esperanzas de llegar al extranjero, seguramente hubiera podido ser un bolo fijo en las alineaciones del Melgar o del Sport Boys por lo menos, y como un tiempo tuve el pelo largo e incluso se me dio por hablar como argentino luego de verme una temporada completa de Grande Pa, pues hubiera incluso llegado a ser el gran fichaje crema o grone, un Kopriva reactualizado, ¿se imaginan? Pero dejemos de soñar, las oportunidades no te tocan a la puerta, tú tienes que ir a buscarlas, eso lo sabemos todos, y nunca me dio siquiera por tocar una pelota o, en el mejor de los casos, buscarme un padrino importante. En mi descargo puedo decir que soy bastante bueno en el Winning Eleven, al que sí me dediqué con fervor profesional, pero eso es parte de otra historia. Lo que más me duele de mi sueño frustrado es que jamás podré hacer una pareja explosiva en el Aurich de la Libertadores, con el Rey Manco. La de goles que nos hubiéramos fallado juntos.

H. P.

Bear Grylls: Destripador de camellos



Cuando haya ocurrido lo que tenga que ocurrir (una guerra nuclear, la explosión del Yellostown, el cumplimiento de las profecías maya, la canonización de Tongo) no olvidaré dos cosas: 1) La canción de Phil Ochs, The Highwayman, que cargaré en mi mp4 y repetiré y repetiré mientras camine por una carretera desolada empujando un carrito de mercado (sí, tampoco olvidaré el libro de Mc Carthy) y 2) Los incontables beneficios de encontrar en mi camino a un camello muerto. Si no lo habían visto antes, entonces les faltará palabras para agradecer a Periódico de a china por postear este video donde Bear Grylls nos enseña a aprovechar todas las bondades que los buenos bereberes del Sahara saben extraer a la naturaleza. Habría, eso sí, que preguntarle a Bear si daría lo mismo un burro, una llama o un gato techero. Bon appétit.

C. Q.

Tres cosas hay en la vida: Dios, mi madre y Federer

Y nos toca hablar de tenis ¡por fin! El deporte rey, el que más pasiones levanta, el que se juega incluso en las barriadas más pobres con una raqueta de trapo y, como pelota, una lata de atún. El deporte que se lleva tatuado en el alma y que no necesita la mariconada de una camiseta como ese juego indigno de 11 personas corriendo tras un balón. El tenis es, por si no ha quedado claro, mi deporte favorito y por eso puede expresarme de él como se me ocurra, el tenis, como el efecto Josephson en la mecánica cuántica, es más que un deporte, es un sentimiento. Y como se lee en los graffitis urbanos, tres cosas esenciales hay en la vida (o debería leerse, si el mundo no estuviera dirigiéndose velozmente al abismo existencial) “Dios, mi madre y Federer”. Esta simple frase demuestra los tres máximos valores que puede encontrarse en la gama moral del homo sapiens. La veneración a Dios representa el anhelo a no ser simplemente un trozo de carne sin misión alguna. El amor a la madre representa, no sólo ese noble sentimiento del hijo agradecido al ser que le dio la vida, sino también, el respeto a todos los seres humanos puesto que todos somos hijos de una madre y, por extensión, el amor a la naturaleza en su conjunto, la madre tierra, la que engendró la vida -como en Avatar, para que se entienda mejor- y, at last but not at least (perdón, pero no se me ocurre una frase que pueda rimar como esa en castellano y encima expresar lo mismo, recuerden que quise ser futbolista) la veneración a Federer, no entendida como el deseo homoerótico, sino como la admiración sincera a toda la perfeccion que puede llegar a alcanzar nuestra especie. Ver jugar a Federer es como oir cantar a los ángeles, no tienes que encontrarle una razón, no tienes ni siquiera que contar los puntos, solo sentarte y disfrutar de algo que excede en belleza a todas las artes en su conjunto ¿Qué es la pintura ante un revés a una sola mano del mago? ¿Qué, los millones de libros escritos ante su drive endiablado? ¿Qué, la cultura en cualquiera de sus manifestaciones, ante un excelso drop shot del Único y, todavía, frente a Nadal? No voy a hablar de sus innumerables records que para eso está Wikipedia (lo mismo le digo a cualquiera que espere hallar algún tipo de informacion util en este blog. Recuerden, somos un periódico de a china, como el Ajá, La Chuchi o el que se les ocurra nombrar) pero sí de las pasiones que despierta su virtuosismo (deseche inmediatamente cualquier pensamiento en doble sentido en este momento, insisto, estamos hablando de tenis). Por regla general, un estadio en el que juegue Federer es un estadio entregado, ansioso por ser testigo de la leyenda viviente en acción, la gente lo observa extasiada como sabiendo íntimamente que ese es el recuerdo que uno quiere legar a sus nietos, si el rival es Nadal pues es como si el mundo apoyara a Harry Potter contra Voldemor, la elegancia de la muñeca divina de Federer contra la impía mano que no para de rascar el trasero del ogro de siete pulmones. Si, acaso, ganara este último (que Roger demuestra su magnanimidad dejándose incluso derrotar) el estadio es un cementerio, los niños lloran y, francamente, a los padres no les importa, el choque de tal experiencia puede llegar a ser mortal. Lo único que empaña la ksflkajfkl (francamente no se me ocurre ninguna palabra para describir cabalmente la sensación que produce su juego) es que en el fondo todos sabemos que su talento no es natural, que hace algunos años era un buen jugador como tantos otros, que ganaba partidos, que perdía partidos, hasta que llegó el fatídico día en que perdió con Luchito Horna en el Roland Garros del 2003. Sé por fuentes confiables, que haber sido vencido por un paisano de Kukín Flores o del Puma Carranza fue lo que le decidió a tomar la decisión que tomó. El día siguiente a dicha derrota, Roger se dirigió con paso resuelto a las catacumbas de París, donde sin el menor asomo de temor vendió su alma al diablo a cambio de la genialidad. Su siguiente torneo fue Wimbledon, el primer Grand Slam que ganó y que ganaría durante cinco años consecutivos (justo después de perder en otro Grand Slam con Luchito -¿coincidencia?- Allá ustedes si son tan inocentes), ahora ya lleva 16 y seguimos contando. Roger, desde esta humilde tribuna te agradecemos de corazón que hayas sacrificado tu alma inmortal para regalarnos la magnificencia de tu juego. Si esto no es el equivalente deportivo del sacrificio del redentor (y con resultados más palpables, permítanme decirlo) pues cerramos inmediatamente el Periódico de a china y nos dedicamos a redactores de El Bocón.

H. P.

En la cresta de la ola: Laura Huarcayo regresa

Algunos las prefieren rubias, es verdad. A la mayoría, me parece, nos importa poco el color del pelo. Los románticos hablarán de la belleza de los ojos, de la sonrisa tallada por el propio Miguel Ángel. Los lujuriosos dirán que no hay nada como unas tetas grandes y un buen culo. Cuestión de gustos, apetitos y circunstancias. Laura Huarcayo, sin embargo, ocupa esa tierra de nadie en donde no es posible definir la razón de su éxito. Sin ser bella, es aceptablemente simpática. Sin ser voluptuosa, es razonablemente atractiva. Su simpatía no encandila multitudes. Su gracia parece ser estrictamente de este mundo.

El lugar de Laura Huarcayo en la televisión peruana es el que dejara vacante otra rubia años atrás: Gisela. No han sido pocas las que han intentado ocuparlo antes que ella. Pero sólo Laura –reconozcámoslo– ha dado pasos importantes para lograrlo. Su táctica consiste en haber practicado como nadie una cautelosa asepsia. La razón de su hipnotismo –que no de su carisma– es que no nos importa. Podemos verla dos horas seguidas sin interesarnos por ella. El letargo que nos transmite esta mujer es asombrosamente arrollador. Su mayor virtud es no tener ninguna en abundancia. Su defecto: ser sólo un fantasma de celofán, un desabrido juguete intercambiable.

Su programa se nutre de las mismas aptitudes de su protagonista. Un payaso –Carlos Vílchez– hace las veces de trompeta y de comparsa. Intenta darle al programa eso que Laurita no podría ofrecer por cuenta propia: risa a mandíbula batiente, eructos sonoros, y pedos –claro está– muchos pedos. Pero este tipo hace rato que no renueva su repertorio de chascarrillos. Su personaje es incapaz de decir dos líneas diferentes a las del día anterior. Se hace preciso, entonces, buscar nuevos trompetistas, jóvenes talentos que ayuden a sacar el desfile adelante. Los nuevos payasos, Joselito Carrera y Rodrigo Gonzáles (alias Peluchín), aspiran a llenar con sus originales performances el vacío que dejara Laura con su insipidez.

Así empieza el baile. La parodia detrás de la parodia es que ninguno de estos personajes logra convencer al público del todo. Hipersensibles al bostezo, cada quien se esfuerza por ocupar el lugar vacío que dejó el otro. Entre los cuatro –pero no olvidemos a los invitados y los mil malabares del circo puesto en marcha– conforman una solidaria caravana donde la tuerta es reina. Sí, Lima Limón nos confirma, después de todo, que es mejor no ser mucho de nada, que el justo medio es quedarse en el mismo sitio donde estamos parados, esperando la muerte por abulia.

Alguien recordará que Laura representa a la mujer peruana, a la mujer exitosa que, con valentía, sabe sobreponerse a las adversidades para conquistar un espacio propio en el competitivo mundo de nuestros días. Y es cierto, al menos en parte. Laura representa a la mujer de hoy, a la que es capaz de enfrentar la vida con la piel lozana y la sonrisa impoluta a pesar de las golpizas del tiempo y los correazos de su marido.

C. Q.

viernes, 26 de febrero de 2010

Hildebrandt asusta a la "Teta"

A mí no me gustó La Teta Asustada, la sentí sobrevalorada y en una onda neo indigenista-suburbano-reivindicativa (ahora digan que me tiembla el pulso a la hora de adjetivar) que francamente me parece muy poco original. Me sorprendió que ganara algunos festivales importantes, cosa que no logró Madeinusa que sí me pareció una buena película, especialmente porque desmitificaba el ande como entorno plagado de personajes puros, cobrizos y de cristalinas almas -como si de animalitos del bosque disneysiano se tratara- en constante lucha contra el caucásico lobo feroz.

Que no me gustara no significa que, como peruano orgulloso de nuestros pocos triunfos en cualquier ramo (fui hincha a muerte de Luchito Horna desde que le ganó a Federer en un Roland Garros antes que éste vendiera su alma al diablo para hacerse invencible como Saurón), no me diera una inmensa alegría (qué aprista suena eso de inmensa alegría), que ganara no sólo la Berlinale sino también que fuera nominada al Oscar, ¡una película peruana! Besé con fervor mi cuadro de la Sarita Colonia cuando escuché que quedaba entre las cinco finalistas porque, es hidalgo reconocerlo (e hidalgo me suena a ingenioso, no sé por qué, y a mí me gusta que se me vea de esa manera), siempre pensé que nuestra filmografía era tan desastrosa que no alcanzaríamos siquiera un Razzie honorífico, honor reservado para nuestros vecinos del sur. Estaba entonces en ese regodearme de peruanidad cuando leí con pavor que a Hildebrandt tampoco le gustó La Teta Asustada . Confieso que aterrado pensé: ¿será que me estoy convirtiendo en un intelectualoide pedante pseudo izquierdoso?, ¿estaré empezando a hiperadjetivizar las entradas del Periodico de a China?, ¿tendré que escribir un libro que no leerá nadie? Es en ese momento que decido, por una cuestión de supervivencia de mi orgullo elemental, que tenía que gustarme “The Milk of Sorrow” (que asi en inglés suena como que con más caché, además que no hay mención a adiposidades pectorales de ningún tipo, pues se imaginan un “The boobs of Sorrow”, el que menos pensaría que se trata de una película porno canadiense sobre el camino a la transexualidad por parte del mítico Zorro) y ahora, no sólo me gusta, sino que estoy dispuesto a tomar en mis manos la daga de la incultura, hacer mía la vieja máxima de “la ignorancia es atrevida” y trenzarme en feroz combate con uno de los bastiones culturosos más reputados de nuestra nación. Señores, en este momento me siento capaz de conquistar los mas apartados reinos para la cultura pop.Me siento en condiciones incluso de refutar, punto por punto, todas las críticas de Hildebrando contra la pobre tetita, pero al leer la siguiente frase -que parece cocinada pensando más bien en salir disparada a la edicion española de “Les Cahiers du Cinema” hablando por supuesto de cualquier película.- decidí, que usted, oh valiente lector, más valiente que yo por lo menos, acometiera la tarea por su cuenta. La frase que me venció es la siguiente: “...La fotografía de La Teta Asustada combina las postales distantes, los planos abiertos de un observador frío, con algunos primeros planos voluntaristamente dramáticos y sin sentido y con encuadres gaudianos, retorcidos y amputadores. ¿Fue un aporte al cubismo que hubiese brazos cortados, contraplanos a media caña, manitas sin antebrazos, codos sueltos?...” Pensaba hacer gala de extremada erudición refutando esta critica y todas las demás, naturalmente, pero en realidad al final sólo he podido preguntar (como estoy seguro, muchos otros también lo harán) ¿Qué mierda quieres decir en esa frase, Cesitar? Así como a ti te parece que Claudia Llosa “es una militante del realismo mágico, pero...no es García Márquez; es, más bien, la secretaria visual de Isabel Allende” en lo que te doy la razón y no me parece malo, al contrario, considero que Isabel Allende es mucho más cinematografiable que García Márquez; a mí me parece que tu pulida prosa es más bien un inquietante homenaje -poco halagueño además- al Finnegan's Wake de James Joyce. Eres muy culto Cesitar, pero te ruego, en nombre de la inmensa masa de seguidores de Periodico de a China, que bajes de vez en cuando al nivel de los mortales y en lugar de tirar huachitas verbales varias a la tribuna, metas un gol de media cancha y nos concedas el honor de entender lo que tu prodigiosa mente nos trata de esclarecer.

Por último, dice Hildebrando el Magnífico que compró un original pues él desprecia la piratería y que, tal vez, por eso (y muchas cosas más por las que no nos invitarás a tu casa esta navidad) no es un peruano como los demás. Te agradecemos esa lección de moral audiovisual, Cesitar, se nota lo mucho que la izquierda te palpita en el ventrículo derecho. ¡Aprendan todos! ¿O acaso no podemos gastar todos unos veinte o treinta dolarillos en comprar películas originales y apoyar el arte desde nuestros fastuosos sueldos de 600 soles? Razón tiene el PERIODISTA, con mayúsculas. Todos los demás somos tan peruanos que damos vergüenza. Seguro hasta alguno de nosotros votó alguna vez por Fujimori, ¿no, querido lector?

H.P.

jueves, 25 de febrero de 2010

Tantas veces Melcochita

No es guapo. Tampoco inteligente. Entre sus logros figura el de haber sido invitado al programa del cómico norteamericano David Letterman. Y también el de haber compartido el escenario junto a Celia Cruz. Digámoslo de una vez: no podemos resistirnos a Melcochita. La sola mención de su nombre es una invocación al improperio y la carcajada. Verlo produce una suspensión –¿momentánea?– de nuestra actividad sináptica. Sus actuaciones son, a la par que un encendido alegato contra la lógica aristotélica, la ratificación contemporánea del espíritu de la antigua comedia griega. Su paso fulgurante por programas capitales en la televisión peruana como “Risas y salsa” o “Recargados de Risa” no podrá ser olvidado por el televidente agradecido con el artista que lo entretiene. Así es Melcochita: jocosamente popular, divertidamente igual a todo el mundo. Por eso nos gusta, porque sentimos que podríamos invitarle un ceviche y dos cervezas sin sentirnos desairados. Nos imaginamos gastándole un par bromas, dándole una palmada en el hombro y luego diciéndole a nuestros amigos: “¿Sabes a quién vi hoy? A Melcochita”, y estallaría la carcajada.

Hasta aquí todo bien. Hasta aquí ningún problema a la vista. Apagamos la tele y regresamos a nuestras labores. Pero ¿qué ocurre si sobreviene el escándalo?, ¿qué pasa si Melcochita –nuestro mejor comediante, el tío cague e’ risa– aparece en todos los periódicos, los noticieros y los programas de farándula envuelto en el vaho de la infidelidad y la mentira?, ¿qué ocurre si la comedia que representa fuera de la pantalla irremediablemente regresa –oh las parcas– a ella? Pues nada, o casi nada. La comedia sigue su curso. Ya sabemos: las entrevistas, las especulaciones, los rumores. El interés popular por el personaje se acrecienta, se enriquece, adquiere matices hasta ahora desconocidos: ¿Melcochita tramposo?, ¿chibolero?, ¿pegalón? Consumimos con apetito el nuevo material para el debate. Somos duros, acerbos, no le perdonamos la seriedad al cómico, al payaso: ¿qué derecho tiene este tipo de acostarse con una chica de 26 años?, ¿no tiene vergüenza –viejo burro– de engañar a su mujer y embarazar a una chibola?, ¿no se da cuenta que lo están usando?

Todo, más o menos predecible; todo, más o menos rentable. En el fondo, esperamos que Melcochita reciba su merecido y que después regrese triunfante al escenario. Ése es su destino: entretenernos a toda costa. Y está bien. ¿Podríamos exigirle algo diferente? Seamos honestos: admiramos a Melcocha. Posee el raro don de ser igual a todos, con el distintivo de ser popular como pocos. Su vida nos interesa y nos sentimos autorizados a hablar de ella. Al criticarla nos resarcimos de nuestros errores. Nos damos cuenta de que somos mejores. Nos sentimos satisfechos de nuestra integridad moral. Y casi podemos decir –si nos urgen a ello– que sólo se trata de un viejo verde, de un viejo e´mierda. Salvo que oscuramente sabemos que ser un viejo e’ mierda en la tele es algo extraordinario.

C.Q.

Bayly y Beto: la Serie Rosa Reloaded

En esta guerra televisiva que termina, permítanme tomar partido por el ganador –y no, no me refiero al público, puesto que la gran masa, la plebe, la sociedad civil, el populacho, o como quieran llamarle es, como en toda guerra, quien lleva la peor parte. El triunfador (a menos, distinguido lector, que usted sea de aquellos que piensan que nuestro pleito con Chile en el siglo XIX fue un arañado empate) fue claramente Bayly y, por tanto, desde este modesto rincón dedico este sesudo análisis a su triunfo (con la esperanza, valgan verdades, de ser su nuevo Tongo, su nueva Silvia; o sea, que me descubra pues porque –si alguien todavía no lo ha notado- estamos ante el verdadero Ferrando del siglo XXI. ¡Mírame, Jaimito! ¡Soy escritor! ¡Comediante! ¡Adiestrador de monos! ¡Actor porno! ¡Actriz, si es que eso me va a hacer famoso!)

¿Que porqué ganó si se quedó sin programa? -argumentará usted, incisivo lector. Pues le pido que se ponga la mano en el pecho con la entrega del Chumpi cantando las sagradas notas del Himno Nacional en el Mundial del 82, haga un acto de reflexión y responda la siguiente pregunta: ¿necesita Bayly la plata de ese programa? (Si usted es de los que piensa que el trabajo dignifica o que el Poder Judicial va a dejarse de corruptelas apenas hagan el siguiente cambio de jueces, permítame responder por usted: no, no lo necesita). Actualmente tiene un programa diario en Colombia, es columnista en el Nuevo Herald (y por qué no decirlo, en Peru21 también, que algún sencillo le deben dar), además de tener un contrato con la editorial Alfaguara que incluye tres nuevas novelas y reediciones de algunas de las antiguas. O sea, a Jaimito cantando en las combis no lo vamos a ver. Bayly tiene, hablando en peruano de callejón, la libertad -que tienen muy pocos en nuestra patria- de poder mandar a la mierda a quien quiera en el Perú -porque no depende económicamente del Perú-, lo que ya era un handicap de arranque para Beto Ortiz, quien -por mucho que se empeñe en promocionarse de multifacético- fuera de ese programa suyo no debe tener gran cosa más para vivir bien -no como usted o como yo, amable lector, que sí podemos terminar un día cantando en una combi- y ya han sido varios los programas que ha perdido por decir “aquí mando yo” , así que es evidente que no piensa regresar a los Estados Unidos a freír papas de nuevo, sobre todo si su Némesis -Jaimito- puede, que, mientras él se desviva en un Mc Donalds, se encuentre en cotilleos con la mismísima señora de De la Rua en una mansión de South Beach, Florida. Como sé que los lectores de este blog no tienen tendencias borreguiles, estoy seguro que afirmarán, a voz en cuello que Betito también es escritor y que, incluso, ha publicado últimamente en Planeta; pero, me veo en la obligación cuasi profesional de aclararles que Bayly ya había abandonado esa editorial como quien se espanta una mosca de la nariz, así que incluso en eso lleva las de perder, tomando aquello que su modelo secreto desprecia.
Permítame rogarle en este momento que deje de hacer lo que esté haciendo (menos leer esto, por supuesto) y vuelva a ponerse la mano en el pecho, con la sinceridad y orgullo patrio a flor de piel como nuestras matadoras en aquella gloriosa final -que perdimos- de las olimpiadas del 88 y responda: ¿Ha leído alguna vez algún libro de Beto Ortiz o al menos sabe de qué se tratan? De Bayly, el que menos, ha visto alguna película basada en ellos.

Entonces Ortiz (¿Predestinado por el apellido para dirigir sus filias sexuales? Nunca lo sabremos, oh, curioso lector) debe aceptar los dictados de Ivcher pues aunque diga que no (...que el periodismo independiente..., ...que la verdad ante todo..., ...que la incorruptibilidad de la materia grasa...) su sueldo se lo paga él y a Betito le gusta eso de ser periodista y salir en televisión y, quizás también, los beneficios colaterales (léase monetarios por colaterales y sustituya el quizás también por un sobre todo) de esa exhibición mediática.
Entonces, desde la premisa que uno de ellos (Bayly) es libre y el otro (Beto) no lo es, estamos ante una pelea en la que, por mucho gallito embravecido que se sintiera el último de ellos (azuzado claro por el Caradura, que nunca se le quita el sentimiento barra brava), estaba perdido de antemano, como un Messi-Raymond Manco jugando a llevaditas o ya, poniéndonos pugilísticos, una Kina Malpartida contra Johana San Miguel en una gresca de baño de discoteca. Es por ello que mientras uno tuvo que pedir disculpas, el otro le dijo mono de circo entre otras delicadas descripciones

Por pura corrección política debería ponerme del lado de Beto Ortiz. Bayly lo ha insultado, lo ha denigrado, lo ha menospreciado. Ha dicho, en suma, todo lo que Beto ya sabía y que le arde tan poderosamente en el apellido (disculpe el improperio, salvo que usted sea de los que creen que los libros de autoayuda le encaminarán hacia el éxito, en cuyo caso la vulgaridad de mi comentario le pasará desapercibida) y, ya saben, está mal que la gente diga la verdad porque no se puede ofender a la gente por gusto, sobre todo cuando ya se han disculpado contigo. Pero Bayly aprovechó la coyuntura para dejarse por fin de “todos aquí te queremos mucho” y zalamerías (por no decir mariconadas, que yo sí soy un caballero) de ese tipo para, por fin, volver a regalarnos un poco de aquel niño terrible que fue y ya no es.

(A todo esto, sapiente lector, ¿se acuerda cuando el incisivo periodista, especializado en imitar la cara de pujo de Donald Trump, entrevistó a Alan García en su exilio colombiano y su trato sumiso fue arrebatador, no podía siquiera mirarlo a los ojos? No es siquiera necesario recordar que Bayly a los dieciocho años y cuando García estaba en la cresta de su popularidad le llamó "Caballo loco", aquella vez también Betito perdió por goleada).

Bueno, y Beto se queda en la tele pues en una economía de mercado como la nuestra -como con la lana de alpaca de exportación- nos quedamos solo con que afuera no puede ser vendido y, aunque sea un mono amaestrado, Beto Ortiz es lo más parecido a Bayly que tenemos.

Quiero terminar esta entrada dejando en claro que a mí Jaime Bayly me la suda (utilizando una expresión similar a las que nos suele regalar Jaimito en sus crónicas rosa de Peru 21, que confieso leer de vez en cuando para no dejarme llevar por nostalgias pasajeras y recordar que el Perú está jodido desde el mismo momento en que la madre patria asentó su partida de nacimiento sin padre conocido).

H.P.